¿Cómo innovar y hacer divertido un juego que ya ha llegado al agotamiento de su fórmula? ¿Cómo mejorar una mecánica tan pulida que ya se considera perfecta? ¿Cómo hacer un Mario desafiante para el jugador experto y accesible para las nuevas generaciones? Imagino a Kenta Mokomura en su escritorio pensando en este tipo de preguntas, con la titánica tarea de trabajar con la propiedad intelectual más icónica de los videojuegos desde que existen. Y es que, al final del día Mario no es otra cosa que un icono global de diversión que busca, desde que surgió, entretener a todas las personas sin perder su esencia.

Super Mario Odyssey rinde un homenaje más que merecido al personaje con el que todas las personas mínimamente interesadas en los videojuegos se pueden sentir identificadas. Estamos ante el trabajo de toda una vida de una compañía japonesa que supo en su momento internacionalizarse con un italiano carpintero/plomero; estamos también ante la creación más reconocida de (si me perdonan la expresión) el mejor creativo que ha tenido el medio interactivo en su corta vida; pero además estamos ante un juego que tiene la titánica tarea de convencer a un mercado escéptico de que la nueva consola de Nintendo es un aparato que vale la pena, no por su hardware, sino por las horas de diversión que pueden entregar sus productos exclusivos.

Si pensamos en el nuevo juego de Mario, tenemos que pensar en un conjunto de grandes maquetas autocontenidas que nos darán una libertad enorme para explorar y encontrar en cada esquina una recompensa maravillosa que nos sacará una sonrisa cada tanto que las descubramos. Esta decisión creativa nos aproxima muchísimo a un concepto como el de Mario 64, sin embargo, la libertad de exploración en este mundo es total. Ahora bien, el sentido de la progresión no se pierde puesto que cuentas con una nave (La Odyssey) que necesita una fuente de energía llamadas energilunas para poder moverte alrededor del basto mundo que ha sido preparado para nosotros.

Este detalle no es menor y es que concebir un juego de Mario en donde técnicamente no se puede perder era impensable hasta que llegó Odyssey. Acá prima la exploración, la experiencia de una odisea y el disfrute del gozo simplificado de los elementos básicos de una vida «normal». Siempre que lo pienso encuentro en Mario elementos imaginativos basados en las vivencias diarias de cualquier persona ¿Manejar una motocicleta? Concedido ¿Bailar? Concedido ¿Brincar y correr? Concedido, todo en aras de simplificar expresiones e interacciones humanas para el disfrute de cualquier tipo de jugador.

Existe un elemento en el que no había reparado lo suficiente en los juegos de Nintendo y su filosofía de diseño y es la gratificación que reciben los jugadores cuando realizan una acción, por más mínima que sea. En este nuevo juego podés encontrar como en cada esquina, cada punto brillante y cada enemigo que podés capturar una recompensa que hace que sólo pensés en seguir jugando. Este detalle no es menor, todos los juegos necesitan progresión, necesitan hacerte sentir que jugás por algo, en este, a pesar de la relativa simpleza de su historia las gratificaciones son elementos sujetos al mundo en donde vivís por unos instantes la aventura del descubrimiento; esto toma especial relevancia en un nuevo contexto en donde los videojuegos se encuentran en la transición de un modelo de negocios y son vistos como servicios en donde, para obtener una gratificación necesitás dinero real para avanzar dentro de los juegos que ya compraste.

Odyssey se siente como un Mario en toda la regla pero con elementos cambiantes que lo hacen sentir como una nueva entrega renovada. Existen criterios de diseño que mueren en aras de tener nuevas mecánicas, por ejemplo el ya comentado método de morir para aprender, tampoco tendremos power ups sino que debido a la nueva habilidad otorgada por nuestro compañero Cappy adquiriremos habilidades suficientes para poder llegar a puntos que antes no podíamos, aunque, si somos lo suficientemente hábiles podremos alcanzar lugares insospechados gracias a la agilidad de Mario.

Resalto la habilidad de Mario ya que no es tema menor en un juego de aventuras/plataformas, un control preciso y un adecuado motor de colisiones son fundamentales a la hora de mover un personaje entre una plataforma y otra; recuerdo bien cuando estaba reseñando otro juego de plataformas 3D en que no pude evitar hacer la comparación en mi cabeza del exquisito control que tenía Mario en su última entrega Mario 3D World; en Super Mario Odyssey el antiguo control no se extraña y es que la movilidad del personaje no ha hecho más que mejorar con el paso del tiempo, cuestión que se agradece para todos los que llevamos una vida jugando con el pequeño italiano.

La música y el diseño de sonido están logrados a un nivel superior y aunque como en The Legend of Zelda extrañé escuchar mucho más del soundtrack dentro del juego (tal vez mi única crítica) está ahí y es consistente, excelente y maneja el concepto del mundo en el que se encuentra a la perfección. Sumado a ello, la cantidad de referencias que se encuentran a la franquicia de Mario es absurda, el juego está lleno de esas pequeñas sorpresas y momentos que sólo se viven una vez y desaparecen fugazmente, tal cual lo hicieran los Marios Galaxy y 3D World, ¿Super Mario Sunshine? Ahí está ¿Super Mario World? También ¿Super Mario RPG? Por increíble que parezca también, todo, todo está condensado en una entrega que no hace sino seguir brillando cada vez que avanzás, incluso dentro de sus meta referencias el juego tiene esos pequeños milagros que hacen que se nos erice la piel y, si son seguidores de la saga como yo, suelten una lágrima en un momento especial, que no mencionaré por acá para evitar spoilers (pero que les dejo el link por si igual quieren saber a qué momento me refiero).

Al final del día Super Mario Odyssey es una odisea, tal cual lo indica su nombre, en donde vemos conjugado lo mejor de 30 años de tradición de la saga más icónica de los videojuegos, es la obra cúspide de un japonés que nunca supo programar pero que a partir de la contemplación y la introspección de su vida supo consagrar los elementos universales de la diversión. Pese a que Shigeru ya no está tan involucrado en el proceso creativo de su ip más conocida, puede estar con la consciencia tranquila, porque su hijo más conocido descansa sobre las mejores manos.

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