En los tiempos de la globalización, las fantasías no existen, se persiguen, y cuando se alcanzan, estas se revelan vacías, falsas, promesas que deslumbraban por su imposibilidad. BoJack Horseman es una serie creada por Raphael Bob-Waksberg, que funciona como espejo de una época que, a pesar de sus innovaciones tecnológicas, se encuentra sumida en el desencanto y en la duda.
La tercera temporada de esta producción de Netflix se estrenó el pasado 22 de julio, y sigue con esta tónica, centrada en la búsqueda de redención personal de BoJack, el personaje principal. En este caso, las aspiraciones artísticas del señor Horseman lo llevan a realizar una campaña para ser nominado al premio Óscar, mientras sus amigos también batallan por exorcizar sus fantasmas personales.
En esta entrega, resalta la crudeza del desamparo emocional de los personajes. Cada uno quiere ser un Quijote para vencer sus molinos personales; no obstante, solo logran ser Sanchos que se satisfacen con la levedad de una vida mundana.

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BoJack Horseman exhibe la anhedonia propia de una generación que creció después de la caída del muro de Berlín, que enfrenta una incapacidad generalizada de tomar decisiones, víctima de la economía y de la auto-complacencia. Aunque los perfiles de los personajes son muy variados, cuentan con un espíritu Millenial que busca una iluminación existencial -un Deus ex machina que les depare una vida más satisfactoria- en una sociedad que se consume a sí misma cada segundo.
Pero esta desesperación se retrata a través de un humor ácido y punzante. La paradoja de la serie es que desnuda una tristeza contemporánea a partir de la risa. Aldous Huxley proponía que en la comedia, la audiencia juzga a los personajes, mientras que en la tragedia sus problemas se viven en carne propia. En la serie, esta frontera se desdibuja: nos damos cuenta que tenemos los dilemas de BoJack, entendemos el absurdo de nuestra cultura, lo ridículo de nuestra mentalidad.
El golpe emocional de esta tercera temporada se lleva acabo a través de episodios que se salen del canon tradicional, tanto de la televisión mainstream como de lo acostumbrado por la misma serie: las historias se narran desde perspectivas innovadoras.

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Así, resalta el episodio 4, “Fish Out of Water”, el cual no tiene diálogos, y gira en torno a las peripecias de BoJack en el mundo marino. Con una musicalización muy bien lograda de Jesse Novak, la frustración del personaje se transmite a través de su accionar. El resultado final es oro puro, una entrega que, sin duda, ya es parte de la historia de la televisión Web.
Otro episodio que sobresale por su bravata narrativa, es el número 9, “Best Thing That Ever Happened”. En este, BoJack discute con su agente, Princess Carolyn, sobre su futuro y relación. De este modo, el capítulo solo se centra en ellos discutiendo. El estilo recuerda el trabajo de Aaron Sorkin, guionista que se caracteriza por diálogos rápidos e intensos. La experiencia es teatral: no es difícil imaginar que se está viendo el conflicto sobre un escenario, interpretado por dos actores, mientras estamos sentados en una butaca.
La serie, además de esta experimentación, sacude temáticas políticas y sociales que han sido polémicas durante el último año. El racismo en Hollywood, la violación sexual, el consumo de drogas, se representan a partir de situaciones absurdas que desvelan el núcleo del problema, la ligereza con que se aceptan injusticias en muchas ocasiones sencillamente porque no nos afectan directamente.
El tema del aborto tiene un episodio dedicado, “Brrap Braap Pew Pew”. En este, Sixtina Aquafina, una estrella Pop, tuitea por equivocación su decisión de interrumpir un embarazo, que en realidad no existe. La reacción pública es tan similar a la realidad (en muchos sitios de Estados Unidos), que es imposible no tener un pequeño shock: las políticas públicas en tema de sexualidad parecen muchas veces una caricatura.
A través de 12 episodios, BoJack Horseman demuele mitos y celebra la banalidad de nacer y vivir. Y en esto reside su grandeza: podemos criticar el sistema en el que vivimos, pero no podemos escapar de él; si lo intentamos, acabamos destruyéndonos, comprobando que tenemos mucho de lo que odiamos.
Esta temporada merece ser vista más de una vez para apreciar sus detalles, sus guiños, sus denuncias solapadas. Para esto, podemos convertirnos en emisarios del evangelio de BoJack, y ver la serie con amigos que no la hayan visto, compartir la catarsis. Aunque esta faena conduce a una verdad inescapable: en el fondo, todos somos BoJack Horseman.

 

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