En esta, mi primera contribución para The Couch en lo que planeo será una serie de artículos sobre diversas curiosidades que he encontrado en el medio de los videojuegos tras los años (debería decir décadas, pero eso me pinta más viejo de lo que me siento) de perderme en todos los juegos que he tenido a mi alcance, me he adjudicado licencia para rendir homenaje, de manera indirecta, a un personaje de la vida real – aunque sea irreal y casi mítico hoy día – que ha tenido cierta influencia en mi persona por medio de su trabajo.
De manera obtusa, y acorde a mi naturaleza para quienes tengan la dudosa dicha de conocerme, esta pieza de texto no habla sobre el trabajo del sujeto en cuestión, sino su caracterización dentro de la obras lúdicas que llenan nuestro tiempo ocioso, y la manera en que su hiperbólica personalidad ha sido inmortalizada en el canon de la industria como paralelo a su carrera musical.
Primero que nada, establecer un poco de historia de fondo. Lemmy Kilmister, bajista y vocalista del trío de poder Mötorhead. Se le conoce como fumador empedernido, titánico inhalador de sustancias ilícitas, ávido bebedor de bourbon promediando una botella diaria (muy a pesar de haber sido diagnosticado con diabetes por allá del año 2000), poseedor de las dos verrugas más famosas de la historia del rock (¡sino es que de la música o bien la historia de la humanidad!), Lotario y acérrimo amante de las mujeres (su primer pasión en la vida, según afirma, inclusive antes que la música), y fanático de Star Fox (si no lo creen pregúntenle a Tim Schafer). Su paso por los caminos del rock (referencia old school coloquial para quienes conocen) ha sido nada menos que legendario, y de ello se ha escrito y se escribirá bastante, no lo dudo. Pero de lo que no se ha escrito lo suficiente es sobre paso por los videojuegos.
Lemmy no ha sido un extraño para con los videojuegos. Aparte de su afición por Star Fox y el clásico Asteroids, ha prestado su característica voz para el personaje del traficante de armas en el juego Scarface: The World is Yours, figura como un personaje escondido en Guitar Hero: Metallica, y juega el papel del Killmaster en la oda electrónica a todas las cosas Metal, Brütal Legend, juego de Tim Schafer que protagonizó el comediante y cantante Jack Black junto a otras luminarias del Hard Rock como Rob Halford y el mismo Ozzy Osbourne. Pero su único papel protagónico en un juego ha sido en un obscuro y casi olvidado título para los igualmente obscuros sistemas Amiga y Atari ST, cuyo título es homónimo a la banda que ha liderado desde el año 1975: Mötorhead.
Esta curiosa joya escondida de la era del 16-bit es un Beat’em-up o Belt Scroller en la vena de juegos como Double Dragon y Final Fight. Fue desarrollado por Kaitsu Software (como único juego a su haber) y publicado por Virgin Games en 1992. La premisa del juego es básica; los miembros de la banda y su equipo de plomos (roadies) son secuestrados por un ejército de guerrilla (sin afiliación o causa aparente) previo a un concierto, y cae en Lemmy la responsabilidad de patear traseros y romper cráneos con su bajo eléctrico hasta rescatar a sus compinches y colegas.
El temible rockero de voz carrasposa dispone de sus puños, su instrumento como arma pesada, estridentes acordes de poder, e inclusive groupies hipnotizantes para abrirse paso entre los vasallos que habitan las 6 secciones o áreas del juego. Cada una de estas secciones está basada temáticamente en un género musical merecedor de ira del Metal, haciéndose valer de diseños estereotípicos para las 3 variedades (por sección) de enemigo a los que se enfrenta Lemmy. Las secciones se dividen en HipHop/Rap (con raperos blancos de apariencia poco temible), Country (Dolly Parton y sus amigas), Karaoke (con luchadores Sumo, ¡por supuesto!), Ska Punk (Skinheads, ¿qué más?), Goth Rock/Post-Punk (eh, ¿Robert Smith?), y Rave/Electrónica (con malvadas paletas dulces gigantes las cuales asumo han consumido cantidades industriales de MDMA con LSD, a juzgar por sus ojitos de melcocha desorbitados). Al final de cada una espera algún miembro del crew a quien Lemmy libera y se lleva para un paseo en una motocicleta cuyo diseño también corresponde al tema del nivel (¡la moto luego del Karaoke es como la de Akira!).
Entre cada sección o pantalla hay un minijuego, de los cuales el que mejor me pareció fue el primero, donde Lemmy traga cerveza atrapando jarras que se mueven por fajas de producción industrial para acumular puntos. Los demás giran en torno consumir alcohol, consumir comida, o bien derribar monolitos sobre lo que parece ser una sacerdotisa de la nueva era.
La música del juego varía entre cada pantalla y se ajusta a la temática pertinente de cada área, con el tema principal del juego sonando como una aproximación en MIDI de lo que sería una pieza de Mötorhead si fuese convertida a este formato. Lamentablemente los diseñadores del juego no compraron una licencia para utilizar canciones de Mötorhead, pero el audio del juego es bastante bueno para los estándares de la época.
El juego en sí es entretenido. No es nada fuera de serie y, honestamente, es mecánicamente limitado dadas las dos plataformas para la cuales fue programado; ambas Amiga y Atari ST solo cuentan con dos botones además de la cruz direccional en sus controles, por lo cual navegar y operar el juego es algo más complicado. No obstante, el género del Beat’em-up no es exactamente conocido por su profundidad de contenido o innovación, por lo cual el Mötorhead (el juego) funciona, y gracias a su material de origen es suficientemente singular como para justificar su existencia.
Pero, al final del día, lo que me debo preguntar, siendo admirador de Lemmy, es si este juego sirve como un homenaje apto y merecedor de ser incluido en el oeuvre que conforma el legado de un hombre que parece haber trascendido su propio mito. En conclusión, para mí, la respuesta es un contundente sí. Sí, me parece un homenaje digno, quizá por su inherente jocosidad, el humor raído apropos que lo vuelve irónicamente encantador, o quizá porque no hay otro juego que me permita ser Lemmy por un rato.
Lemmy es un tipo, juzgando por incontables entrevistas, recuentos anecdóticos, un muy buen documental (Lemmy. Véanlo.), y décadas de fomentar una reputación, bastante amigable y tranquilo. Todo indica que es un hombre afable en contraste a sus apetitos y lo que la sociedad normalmente asocia con ellos. Pero al niño gordito que se enamoró del Rock y el Metal y que ha logrado permanecer habitando en algún rincón dentro de mí, siempre le pondrá una sonrisa maliciosa en la cara la idea de que Lemmy Kilmister está listo para patear traseros y destrozar a un legión de estereotipos populares (y políticamente incorrectos) para rescatar a sus amigos y salir a tomar una tonelada líquida de cerveza.