Años atrás, cuando terminamos Harry Potter y la reliquias de la muerte, sétima y (hasta el momento) última novela de la saga de J.K. Rowling , mi mejor amigo me comentó que quedaba satisfecho con el final, excepto por el epílogo de ese último libro, titulado «19 años después«. En este veíamos a un Harry Potter ya maduro, casado con Ginny y padre de tres hijos: James, Albus y Lily. ¿La molestia de mi amigo? Para él, la inclusión de esta descendencia del héroe garantizaba nuevas historias futuras, con lo que ni siquiera nos dejaban terminar el último libro cuando ya recibíamos la promesa de más.

En el momento no me pareció que aquello fuera tan factible. Después de todo, Voldemort estaba muerto, ¿qué podrían hacer para crear una nueva amenaza para el mundo mágico? Curiosamente, estaban ante la misma situación que, hasta hace muy poco, enfrentaba Star Wars: con los principales villanos fuera de la ecuación, era complicado revivir la historia.

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Arte de la edición original de Harry Potter and the Deathly Hallows.

No obstante, como parece ser inevitable en esta época, la premonición se terminó cumpliendo: el año pasado se anunció que Harry volvería en una obra de teatro cuyo guion se publicaría en forma de libro, para regocijo de la fanaticada (aunque tal vez no de mi mejor amigo). El pasado 31 de julio (el cumpleaños de Harry, ni más ni menos) la obra finalmente se estrenó y el libro salió al mercado. A continuación mis impresiones generales sobre la lectura (repito: SIN «SPOILERS»).

En primerísimo lugar, me parece adecuado observar algo que, aunque pareciera obvio, es igualmente determinante: si bien Harry Potter and the Cursed Child es, en efecto, la octava parte publicada de la historia de Harry Potter, no es la octava novela, por lo que no hay que exigirle lo que no puede dar. Ante todo, se trata de un texto teatral, o sea que no está hecho precisamente para ser leído; claro, todos hemos leído una obra de teatro; de hecho en el colegio nos pusieron a leer varias, pero así como el guion cinematográfico, el texto teatral es, esencialmente, material dirigido a quienes participan del montaje de la obra. Así que aquí, en estas latitudes donde no tenemos una puesta en escena (de momento, al menos), tenemos que abordar la lectura con eso en mente. Porque, de hecho, la trama se siente extraña por momentos, sobre todo al principio, cuando los mecanismos para mostrar el paso del tiempo de modo se sienten atropellados y artificiosos. Probablemente sobre las tablas funciona de maravilla, pero en la página no tanto.

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Paul Thornley (Ron), Noma Dumezweni (Hermione) y Cherrelle Skeete (Rose), actores de la obra.

Claro, no todo el texto sufre por esta situación. Una vez superadas las escenas iniciales, aceptada la condición dialógica del texto, es posible seguir la historia con un mínimo de fluidez, aunque las ocasionales acotaciones, que brindan datos sobre escenario, vestuarios, efectos y otros, no dejan de interrumpir la ilusión y recordarnos que no estamos leyendo más que las indicaciones para un grupo de autores. Como lector, sí extrañé la prosa novelística de los otros libros, que no escatimaba en detalles y datos que hacían tan creíble el mundo narrado; pero, de nuevo, eso es parte del riesgo al leer teatro directamente.

En cuanto a su formato, la obra se divide en dos partes (de hecho el libro se comercializa como «Parts I & II«) divididas a su vez en dos actos cada una. Cada acto está conformado por una serie de escenas, las cuales se ambientan en diferentes escenarios, saltando constantemente de un lugar a otro. Pensando en términos escénicos, este es uno de los aspectos más ambiciosos de la obra, pues es francamente sorprendente imaginar un montaje que consiga cambiar escenografía con tanta frecuencia: mientras una escena ocurre en el comedor de Hogwarts, la siguiente tiene lugar en la casa de Harry y la próxima en el Ministerio de Magia. Ciertamente hace falta creatividad para lograr un montaje tan variado de manera eficaz. Eso por no mencionar que los efectos especiales requeridos para representar los hechizos y demás aspectos vistosos de la historia, al menos por la manera en que se describen en las acotaciones, tendrían que ser verdaderamente impresionantes.

Con respecto a lo contado en sí, hay varios puntos a tocar. En primera instancia me referiré a lo que me parece el punto más alto: los personajes y las relaciones entre ellos. Si bien la mayoría resultarán familiares para cualquier seguidor de la saga, lo que podría acusar falta de caras nuevas, todos resultan perfectamente reconocibles y relacionables con sus versiones anteriores. No hay diálogos o situaciones que parezcan impropios de cada personaje, de modo que en este departamento la obra cumple a cabalidad. Ron mantiene su característico humor charlatán, Hermione es la misma persona culta y refinada, Harry carga aún con muchas de sus inseguridades pero también con su valentía y su lealtad… todo dentro del contexto de que han pasado años y los héroes han madurado, ahora tienen familias y trabajos importantes (sobre todo Hermione, quien ostenta un importante cargo en el mundo mágico).

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Jamie Parker (Harry), Sam Demmett (Albus) y Poppy Miller (Ginny) como lucen en el montaje.

Precisamente, la condición de padre de familia de Harry genera uno de los temas más relevantes de la historia, el cual es la relación con su segundo hijo, Albus, quien resulta uno de los protagonistas de la historia. A diferencia de lo que se pudo intuir en el epílogo de Las reliquias de la muerte, padre e hijo mantienene una relación sumamente complicada, llegando al punto de la hostilidad. Como Harry alguna vez lidió con su propia fama, ahora le toca a Albus ser «el hijo de Harry Potter», quien ya no es solo el niño que vivió sino, el hombre que venció definitivamente a Voldemort. La situación le produce al  joven una constante zozobra que lo lleva a hacer los más impensados amigos e incluso a obtener un resultado sorpresivo en la ceremonia de selección.

Draco Malfoy es otro punto alto, puesto que su vida no ha sido nada sencilla desde el final de la saga. Su pasado como mortífago, por no mencionar el de su padre, lo convierten en el foco de todo tipo de especulaciones por parte de la comunidad mágica, la cual incluso difunde un rumor francamente cruel sobre su hijo Scorpius, el otro protagonista de la historia. Esta situación enfrenta a Draco constantemente con los demás, por lo que su personaje es de los más interesantes. Las circunstancias lo van forzando a estar cada vez más cerca de Harry y sus amigos, lo que produce muchos buenos momentos y un excelente desarrollo de personajes.

Ahora bien, el enfoque en Albus deja por fuera tanto a James como a Lily, de quienes apenas leemos algo en la obra. Rose, la hija de Ron y Hermione, se difumina luego de un inicio prometedor en el que parecía anunciarse que sería un personaje importante. Por otro lado, Ted Lupin, el hijo de Remus y Tonks que también aparecía en el epílogo del sétimo libro, ni siquiera es mencionado, lo que deja un vacío difícil de digerir ya que es el ahijado de Harry y es de esperar que tengan alguna relación.

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Alex Price (Draco) y Anthony Boyle (Scorpius), dos generaciones Malfoy

Ausencias más o menos, el catálogo de personajes es utilizado coherentemente, con buenos arcos para cada uno de los tomados en cuenta y algunos momentos en que el drama entre ellos alcanza niveles de tensión dignos de la saga original.

La historia, por otro lado, es una suma de altos y bajos. Por un lado, tengo que reconocer que hubo verdaderas revelaciones que me impactaron en el momento de la lectura, pero en general no puedo negar que toda la trama se siente muy forzada (incluidos los momentos impactantes). Con Voldemort muerto, hacía falta algo verdaderamente ingenioso para justificar una nueva razón para la intriga y el conflicto. Pues bien, sin llegar a los extremos de revivirlo o de introducir a un villano totalmente nuevo, se las ingeniaron para que la presencia de «el que no debe ser nombrado» impregne toda la obra; no voy a entrar en detalles para no revelar nada importante, pero comentaré al menos que son dos grandes recursos los que utilizaron para mantener vigente al Señor Oscuro y, aunque se utilizan bien, terminan por ser predecibles y, de nuevo, forzados.

En general, más que un nuevo capítulo de la saga, el texto da la impresión de ser un homenaje. Es muy comprensible dado que es el regreso de Harry Potter, la inesperada nueva iteración de una serie que se suponía cerrada, tras casi diez años de la publicación del último libro. Pero con todo, me parece que exageraron en la mención y la recreación de momentos relevantes de la historia, sobre todo de una etapa importante en la vida de Harry.

Como seguidor del mundo de Rowling, me siento agradecido y complacido por haber leído un nuevo capítulo completo de la historia del mago y sus amigos, pero no puedo dejar de señalar que, como en realidad es de esperarse en un caso como este, la reapertura de la historia no resultó tan convincente como lo hubiera querido. Con todo, no vivimos en un mundo ideal, así que podemos concluir que el texto resulta un interesante esfuerzo en el cual los seguidores encontrarán todos los elementos a los que están acostumbrados aunque, salvo por los elementos de las relaciones entre personajes que mencioné, muy pocas cosas realmente nuevas y muchas difíciles de justificar. A nivel personal, el formato teatral no me terminó de agradar, aunque es posible que, como mencioné al principio, el texto funcione mucho mejor en el escenario. ¿Quién sabe? Tal vez Rowling convierta esta historia en novela dentro de poco. Será cuestión de tiempo para confirmar si la próxima aventura de los Potter será una secuela de esta obra o su adaptación… ¿a la literatura?, ¿al cine? Francamente, a estas alturas me creería cualquier cosa.

 

 

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