Alerta de «spoilers«: hablaré libremente de toooodas las temporadas de la serie , así que si no la ha visto y le interesa, lea bajo su propio riesgo.

Ahora sí. En primerísimo lugar, tengo que aclarar que AMO Game of Thrones. Sabía de los libros desde hace más de diez años, cuando me comencé a informar sobre sagas de fantasía y descubrí esa (hasta entonces) trilogía llamada A Song of Ice and Fire, de la que mucho se hablaba pero era imposible de conseguir en Costa Rica. En 2006 visité una compraventa en Alajuela y encontré el primer tomo, cuya lectura pospuse hasta que escuché que venía una adaptación de HBO. Logré leer unas cien páginas antes del comienzo de la serie; tras ver un par de capítulos, decidí posponer la lectura indefinidamente, pues la adaptación me atrapó a tal punto que, por una vez, decidí ignorar la fuente, al menos de momento. Por razones confusas no vi la segunda temporada ni la tercera en el momento de emisión, pero un par de años después me puse al día y, hasta la fecha, he sido un gran entusiasta de la historia.

Como todo seguidor, estaba esperando la sexta temporada con muchísimas ansias. Más allá de la expectativa usual, era la primera temporada que no tendría un texto base (tema al que me referí en un comentario anterior), por lo que por una vez lectores y no lectores estaríamos en igualdad de condiciones. Todo (bueno, casi) sería inédito de ahora en adelante, ¿quién no se emociona ante semejante panorama? El caso fue que la temporada comenzó y algo no me terminó de convencer. Lo atribuí a que los primeros episodios suelen ser lentos y funcionar como preparación para lo que está por venir, pero conforme fueron pasando la incomodidad no hizo más que crecer  y tras ver el décimo episodio, tuve que aceptarlo: la sexta temporada me decepcionó profundamente.

Sé que muchas personas  quedaron plenamente satisfechas con lo que vieron, llegando incluso al punto de considerarla la mejor temporada de la serie. Eso es tan posible como que a mí (y a algún otro) no le haya gustado. Mi intención no es convencer ni persuadir. Al fin y al cabo, más allá de lo que cualquiera pueda decir para argumentar una u otra postura, la apreciación nace de una sensación practicamente corporal: el cuerpo acepta o no lo que ve, así como acepta o no un sabor. Lo que digamos más allá de eso es puro lenguaje, una armazón que levantamos para tratar de explicarnos lo que sentimos. Lo que busco con este texto es, fundamentalmente, terminar de comprender lo que me defraudó de la serie que por un lustro amé incondicionalmente.

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Jon Snow no se explica cómo volvió a la vida. Yo tampoco.

Para empezar por alguna parte, me referiré al caracter anticlimático de muchos eventos que merecían otro tratamiento. Por una u otra razón, situaciones que debieron ser brutalmente emocionantes terminaron siendo solo cosas que pasaron. Tengo varios ejemplos:

1. La resurrección de Jon Snow. Todo mundo sabía que iba a pasar. Por más que la serie se ha empeñado en desafiar nuestras expectativas, haría falta un giro muy pero muy grande como para sacar a Jon de escena y continuar con la trama. Ahora bien, el que Melisandre volviera al muro al final de la temporada anterior fue practicamente un «spoiler», pues dejó claro que ella lo reviviría. Ya habíamos visto a otros seguidores del Señor de la Luz volviendo de los muertos, así que no había manera de fallar. Mi expectativa, pues, se centró en cómo ocurriría semejante evento. Y  ¿cómo pasó? Pues… pasó, y ya. Un ritual simplón y corto, ningún precio a pagar y el hombre solo abre los ojos y vuelve a respirar. Sencillamente pasó.

2. La decisión de Daenerys. Momento; no me malinterpreten: yo también me emocioné al ver la flota en el último episodio: el montón de barcos, los dragones volando, la reina acompañada de sus leales súbditos, finalmente volviendo a casa… muy impresionante. Pero, ¿qué motivó a que la última Targaryen (reconocida, al menos) decidiera finalmente volver a Westeros? Esforzándome, hilando muy fino, he llegado a concluir que la decisión provino de haber añadido a los dothraki a su bando; sin embargo, nunca se dijo que los Inmaculados fueran insuficientes para tomar Westeros o algo por el estilo que justificara el giro. Y sí, claro que el ofrecimiento de los barcos Greyjoy fue clave, pero Dany decidió que era hora de volver justo al regresar a Meereen, mucho antes de que Theon y Yara llegaran a ofrecerle su flota. Así, el ansiado regreso de la Madre de Dragones tuvo lugar por hechos aleatorios que no terminan de conformar una unidad narrativa que sustente el acontecimiento.

3. La culminación del entrenamiento de Arya. Después de estar varada durante dos temporadas en Braavos, Arya por fin culminó su preparación en la Casa del Negro y el blanco y regresó a Westeros. Sin embargo, por como resultaron las cosas, no queda demasiado claro de qué le sirvió tanto tiempo ahí. ¿Todo era para aprender a ponerse una máscara y matar a sus enemigos? Porque ya la muchacha había matado a muchos antes, sin necesidad de entrenamiento alguno. Además, el final de su estadía resultó extrañamente simple, pues toda la idea de convertirse en «nadie» no quedó clara. ¿Cumplió con su preparación al matar a su perseguidora?, ¿todo eso formaba parte del plan de Jaqen? Pareciera que sí, dado que él la dejó ir así, sin más. Dos temporadas en Braavos parecen haber servido solo para que la menor de las Stark aprendiera a disfrazarse. Lo cual, de hecho, ya había aprendido en la temporada anterior.

4. La llegada del Invierno. Como leí por ahí, el Invierno llega a Westeros no por alguna particularidad climática, sino porque un cuervo de la ciudadela así lo anuncia. A lo que voy es a que no hubo ningún cambio, nada que mostrara por qué el invierno, que se viene anunciando desde el primer episodio, finalmente llegó. De hecho, por la forma en que Sansa y Jon reaccionaron al respecto, todo parece un juego, como si el haber crecido en Winterfell los hubiera acostumbrado al frío e importara poco el cambio de estación. Se supone que el invierno es cruento y despiadado en este mundo, por lo que, aun siendo del norte, ¿cómo pueden ellos bromear y reírse del asunto? Por si fuera poco, Jon sabe que este invierno trae mucho más que frío y nieve, así que me hubiera parecido más coherente una verdadera muestra de lo que significa la llegada de la temida estación, así como una reacción apropiada según la expectativa que el acontecimiento ha venido creando.

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Arya por fin es nadie… bueno es Arya… O ¿será Nadia?, ¿Narya? Ay bueno…

Otro problema fue la escritura. Me refiero al guion de la serie, la manera en que se estructuró y se escribió esta temporada. Mucho se ha dicho que Game of Thrones es una serie sin relleno. Dudo que esa afirmación sea por completo cierta, pero sí concedo que, durante las temporadas previas, la gran mayoría de lo que veíamos tenía una razón para estar ahí. No obstante, este año hubo más de una escena que pareció colocada específicamente para que el episodio completara su tiempo o que los sucesos más importantes ocurrieran al final. Toda la secuencia de Sam y Gilly en Horn Hill me dio esta sensación. Asumiendo que la espada que Sam se robó es muy importante (es de acero valyrio después de todo), la obtención de dicha arma fue la ÚNICA razón para toda esa secuencia en la casa de los Tarly, lo cual no basta para haber dedicado tanto tiempo y producción a la secuencia. Tyrion vacilando y tomando con Grey Worm y Misandei, Daenerys departiendo con las viudas de los khal, las decenas de minutos vacíos en King’s Landing… de alguna manera todo llegó a tener sentido al final, pero por primera vez sentí que los escritores, por momentos, no tenían ni la más remota idea de qué poner a hacer a los personajes para sostener los grandes acontecimientos.

Pero no solo el relleno fue un problema, sino que hubo desenlaces que fueron mal manejados o francamente absurdos. La resolución de la Batalla de los bastardos es un buen ejemplo: por como se planteó la situación, ya sabíamos que Littlefinger aparecería con el ejército de los Arryn, por lo que la tensión que la inminente derrota podía generar se diluyó por completo. Además, dado que era improbable que Jon Snow muriera otra vez, las múltiples escenas en que estuvo en peligro tampoco pesaron. Por cierto, otro factor que me hizo levantar una ceja fue las absurdas maneras en que Jon se salvó de morir en múltiples ocasiones. Claro, he leído y escuchado muchos comentarios sobre la teoría de Azor Ahai pero, a diferencia de los libros, la serie nunca ha hecho mención de ese mito, por lo que de momento no hay justificación para que una lluvia de flechas deje a Jon vivo pero mate a todos a su alrededor. Tal vez la justificación venga de camino, pero explicar retroactivamente algo tan aparentemente absurdo no es muy eficiente a nivel narrativo.

El encuentro final entre Arya y la Waif fue otro punto bajo. Aquí no hace falta alargarse: fue inaceptable que tras ser apuñalada dos veces en plena panza Arya se recuperara con un par de vendas y que luego de reposar un día pudiera correr, brincar, deslizarse y hacer todo lo que hizo por el mercado de Braavos mientras huía. Eso por no mencionar que se deshiciera de su perseguidora sin mayor dificultad. Conozco la hipótesis de que Arya apagó la candela precisamente para obtener la ventaja, dado que aprendió a pelear a ciegas al principio de la temporada pero, siendo francos, ella nunca llegó a dominar el combate a oscuras. En fin, a falta de mayores explicaciones, no pude digerir lo que pasó ahí.

Si bien hubo eventos interesantes y emocionantes, la narrativa general de la temporada no fue tan eficiente como en otras, en las que también hubo algunos vacíos pero nada tan evidente. Y para mayor muestra, un caso específico de estructuración: la rebelación del origen de los Caminantes blancos fue pésimamente ubicada, ya que ocurrió en el mismo episodio en que conocimos el origen de la discapacidad de Hodor y lo vimos morir. Así, lo que pudo ser un momento álgido quedó opacado por la intensa escena en que murió un querido personaje.

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¡Resistan! ¡Tenemos que aguantar hasta que los productores envíen a los Arryn!

Por último, llego al que me parece el más subjetivo de los motivos de mi decepción , el cual si bien tiene que ver muchísimo con mis propias expectativas y anhelos, también podría estar relacionado con las posibilidades de esta historia de mantenerse fiel a sí misma y, a la vez, llegar a un final satisfactorio. Leyendo opiniones sobre la temporada, me encontré una muy interesante que me ayudó a comprender mis propios sentimientos y pensamientos. Vamos por partes.

Como ya adelanté, desde la resurrección de Jon Snow comencé a sentir algo que me resultaba francamente impropio de una serie como Game of Thrones: Jon volvió de entre los muertos, Sansa se reunió con él, Daenerys quemó a todo el mundo y salió ilesa de las llamas, Theon se reunió con su hermana, Ramsay perdió la batalla y no solo recibió una paliza por parte de Jon sino que fue devorado por sus propios perros… y para ponerle varias cerezas al pastel, en el último episodio Cersei hizo volar al Septo (¡síiiii!), Tommen se suicidó (¡Síiiiiiiiii!), Bran confirmó el origen de Jon Snow (¡SÍIIIIIIII!) y Daenerys por fin izó velas hacia Westeros (¡SÍIIII, POR LOS DIOSES, SÍIIIIIIIIIII!)… Momento, ¿soy yo o es demasiada felicidad? Salvo un par de ocasiones, como la muerte de Hodor (no, la de Rickon no vale), esta temporada careció de los típicos momentos dolorosos en que los espectadores nos preguntábamos por qué seguíamos viendo una serie que nos estrujaba el corazón cada vez con más fuerza y menos piedad.

Percibo dos explicaciones para esta situación. Por un lado, lo que nos enamoró de esta serie fue esa constante tendencia a desafiar las expectativas y a hacernos rabiar de cólera frente a lo que estábamos viendo. La ejecución de Ned, la Boda roja, el juicio por combate de Tyrion, la violación de Sansa… todos esos fueron momentos en que, como decía, me pregunté por qué seguía viendo algo que me hacía sentir tan mal temporada a temporada. Claro, la respuesta yace en la misma pregunta: precisamente por eso, por la innovadora sensación de que mis sentimientos siempre corrían peligro, no podía dejar de verla. Por ende, no es de extrañar que una temporada en que los «buenos» comienzan finalmente a ganar me dejara algún vacío, al menos si esas victorias se dan de la manera en que se dieron, con acontecimientos cuasi aleatorios, poco creíbles (la victoria de Arya) o totalmente predecibles (la intervención de Littlefinger).

Ahora bien, esto se puede explicar también echando mano de un concepto filosófico muy utilizado en teoría literaria conocido como deconstrucción. Sin entrar en terrenos muy técnicos, la deconstrucción consiste en el desensamblaje de algo (por ejemplo, un género  o estilo literario) y su observación desde dicho desensamblaje. Un ejemplo clásico: Cervantes, con Don Quijote, deconstruyó el género de la novela de caballerías al insertar un personaje totalmente contrario al ideal de caballero (feo, viejo, débil, iluso, torpe, pésimo luchador) en una empresa caballeresca, no solo impropia de su persona sino de la mismísima realidad en la que vive, tan prosaica y carente de fantasías como el mundo real. Así, Cervantes observó el género desde su deconstrucción, miró sus grietas, sus absurdos y sus posibilidades de ejecución. George R.R. Martin, si bien no trató de parodiar, deconstruyó el género de la fantasía épica con su saga de libros, no solo por la constante eliminación de personajes aparentemente principales, sino por la difusa moral que su historia transmite, en la que los nobles y justos más bien suelen morder el polvo ante el oportunismo y la astucia de los «villanos» de turno. Esta moral dista mucho de la tradicional lucha del bien contra el mal que presentan clásicos del género, como El señor de los anillos, en los que la diferencia entre buenos y malos, así como el triunfo final de unos y el fracaso de otros, es totalmente explícita.

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Me llamo George y soy todo un deconstructor… ¿deconstruccionista? Bueno, te hice llorar.

Game of Thrones, la adaptación, mantuvo esta tendencia deconstructora durante cinco temporadas, pero ahora, en la sexta, cuando el final comienza a divisarse en el horizonte, cada vez es más difícil deconstruir, por lo que toca construir en el sentido más tradicional del término. Pongamos por caso la aparente muerte de Jon Snow: a diferencia de los decesos de Ned, Robb, Cat y Oberyn, el de Jon no era muy susceptible de ser definitivo puesto que el bastardo favorito de todos es demasiado importante para la trama a estas alturas. Por más que nos hayamos hecho a la idea de que todo el mundo está en peligro, hay ciertos personajes (Jon, Daenerys, Tyrion, Cersei, Bran) que, por el tipo de arco que han tenido, no pueden morir hasta muy avanzada la historia, posiblemente hasta su desenlace, por el simple hecho de que eliminar personajes principales, si se quiere llegar a alguna parte, tiene un límite. Creo que es correcto asumir que Daenerys está a salvo hasta que ponga sus dos pies en Westeros y haga algo importante ahí, ¿cierto? Pues, ¿de qué habría servido seguirla durante tanto tiempo si puede morir súbitamente? Lo mismo aplica, en mayor o menor medida, a los otros personajes que acabo de mencionar. Eliminar a cualquiera de estos significaría dejar sin cerrar una trama demasiado grande, por lo que es casi imposible volver a sorprender con una muerte tan pesada como las que vimos años atrás.

Entonces, podemos apuntar que conforme se acerca a su conclusión, por las mismas condiciones que implica generar un final satisfactorio, al menos aquí en Occidente donde estamos acostumbrados a tramas heroicas con estructuras milenarias, Game of Thrones tuvo necesariamente que sacrificar parte de su identidad, dejando de lado tanto los momentos impactantemente dolorosos como lo giros de trama inesperados y la moral difusa; de este último aspecto hay una muestra muy clara: la importante disminución de escenas de sexo y violencia en la temporada; lo que antes era característica fundamental de la serie, va quedando fuera cuando el objetivo ya no es tanto transgredir, sino montarse en una línea más conservadora que permita un cierre que justifique haber seguido a estos personajes durante tantos años.

No se trata tanto de que yo quisiera que los «buenos» siguieran perdiendo y los «malos» saliéndose con la suya; claro, todo el lío tiene que concluir de alguna manera y, de hecho, que los Stark y otros personajes sufridos de la serie se saquen el clavo es lindo de ver; el problema es que semejante cambio de paradigma (que los buenos comiencen finalmente a ganar) tenía que hacerse con extremo cuidado, pues es muy fácil que la aparición de la justicia, en un mundo marcado por la traición y el oportunismo, resulte forzada. Dada la floja escritura de esta temporada, con más vacíos e inconsistencias que nunca, resultó difícil aceptar esos suscesos compensadores, esperados por años pero difíciles de aceptar ahora que finalmente ocurrieron.

Pues bien, esas serían mis reflexiones. Como dije anteriormente, cualquiera tiene el derecho de reaccionar como sea ante cualquier cosa; mucha gente amó esta temporada y, de hecho, precisamente por las mismas razones que a mí no me gustó. Mi intención, lejos de querer convencer o demostrar, es solo reflexionar y exponer los resultados de esa reflexión. Al fin y al cabo, como dije al principio, AMO esta historia como pocas he amado en mi vida, así que un bajón como este se merecía una buena pared de texto para ayudarme a comprenderlo.

 

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