A todos nos ha pasado: vamos al cine a ver una adaptación de nuestra novela o cómic favorito y resulta que la película no es exactamente lo que esperábamos. Cambios en la historia, un tono inesperado, personajes añadidos o retirados, reinterpretaciones de la trama… en fin, algo nos sorprende y nos deja la sensación de que vimos una historia muy diferente y, por ende, distinta a lo que queríamos.

Claro, es natural decepcionarse ante una situación así, pues lo que vemos es una versión de una historia que ya conocemos y amamos, quizá una que nos ha acompañado durante mucho tiempo y está llena de momentos que soñamos con ver trasladados a la pantalla. Sin embargo, ¿hasta dónde es positiva esta idea de la fidelidad?, ¿tiene sentido decepcionarse cuando la adaptación no es lo que esperábamos?

Pondré por caso mi experiencia con Alice in Wonderland, de Tim Burton. La película, producida por Disney, apareció en 2010 y fue protagonizada por Mia Wasikowska. Fui a verla con muchas expectativas, tanto por mi amor a la novela de Lewis Carroll como porque tenía años esperando que una productora de renombre se mandara a adaptarla con alto presupuesto. Cuando salí del cine, venía con mis ya típicos «sentimientos encontrados»: la película no me pareció mala, al menos no malísima… pero «no era Alicia». Lo entrecomillo porque esas fueron mis palabras. Llegué a la conclusión de que si no hubiera sido una adaptación de Alicia, quizá me hubiera gustado, pero no podía tolerar el hecho de que Burton (a partir del screenplay de Linda Woolverton) tomara ese clásico del absurdo que es la novela original y luchara por darle sentido.

Mia Wasikowska es Alice en la adaptación de Tim Burton

A todas luces, la película no es una adaptación directa del texto, pues se da en un futuro en que Alice ha crecido y sus aventuras en Wonderland son un lejano recuerdo de infancia. Pero, de nuevo, lo que no me bajó fue que tuviera una trama lógica y lineal, más cercana a la típica fantasía épica, como Narnia, que al absurdo que caracteriza al material fuente.

Otro caso: dado que tengo apenas unos diez años leyendo cómics, aún me falta conocer muchos clásicos del formato. Además, soy más cercano a DC que a Marvel, lo que ha provocado que, salvo con algunos personajes muy arraigados como Spiderman, Hulk o el Capitán América, las abundantes películas del MCU me han parecido más obras originales que adaptaciones; esto ha generado algunas situaciones interesantes. Por ejemplo, cuando vi Guardians of the Galaxy (2014), no eché en falta a Nova, cuya ausencia sí que confundió y extrañó a varios amigos mucho más doctos en el tema. Tampoco me molestó la reinterpretación de los skrulls en Captain Marvel (2019) o que Thor: Ragnarok (2017) fuera una comedia, hecho que, por lo que he notado, es inaceptable para muchos fans de Thor. De sentirme poco capacitado para interpretar o, incluso, disfrutar muchas películas de Marvel, pasé de pronto a considerarme mas bien afortunado por la posibilidad de disfrutar las cintas sin expectativas ni prejuicios.

El elenco principal de Guardians of the Galaxy (2014)

Recuerdo incluso cuando The Two Towers estaba aún en cartelera, hace casi veinte años, haber escuchado una conversación en una tienda entre dos fans de Tolkien, quienes discutían sobre las virtudes y defectos de las adaptaciones de Peter Jackson. En una revelación que aún me sorprende, descubrí que ambos coincidían en que las películas tenían lo suyo, pero se quedaban muy cortas ante la obra original. Claro, en ese tiempo yo aún no leía la trilogía, pero a la fecha se me hace difícil de creer que semejantes obras cinematográficas le queden debiendo a alguien. Pero supongo que como alguien que las vio antes de leer los libros, jamás podré entender a ese par de fanáticos.

Y para demostrar que no solo afecta a las adaptaciones literarias o de cómics, consideremos los remakes y las secuelas muy posteriores, fenómenos frecuentes en esta época, tanto en videojuegos como en películas. Star Wars, Robocop, Alien, Resident Evil y Ghost Busters son algunas de las franquicias que han tenido remakes, secuelas o incluso precuelas en los últimos tiempos y, claro, es muy común escuchar quejas y arrebatos contra estas producciones, la inmensa mayoría de las cuales responde a la relación de estas con las franquicias que rehacen, continúan o expanden. Más aún: no son pocas las personas que se acercan a las franquicias a través de estas nuevas producciones y, curiosamente, las disfrutan y hasta acuden a ver las anteriores con mucho agrado.

Arte inspirado en The Fellowship of the Ring, primera parte de la trilogía de películas de Peter Jackson

Cuando fui a ver Harry Potter and the Order of the Phoenix, el taxista que me llevó al cine, tras una breve conversación sobre la saga, los libros y sus adaptaciones, me señaló que yo era un «espectador muy calificado», pues conocía los libros. Creo que la duda producida por esta afirmación es lo que estoy tratando de resolver con esta nota, pues ¿realmente está más calificado quien conoce la obra original al ver su adaptación? En todo caso, ¿qué significa estar más calificado? Sin duda se conoce el material y hay afinidad con la obra, sin embargo, pensando en el acto de ver cine como tal, casi cabría decir que quien llega a la película en cero es el verdadero espectador ideal pues conserva la posibilidad de ser sorprendido y carece de los prejuicios que el fan de hueso colorado carga irremediablemente al entrar a la sala.

La verdad, creo que sí existe una opción ideal, pero no tiene que ver con si se ha visto o no el material que se está adaptando, sino con la actitud que se tome ante tal adaptación. Y es que el propio término «adaptación» es fundamental aquí: al ver una película basada en una obra anterior, no podemos perder de vista que no la está haciendo el mismo director (ni el mismo equipo), no la está haciendo en la misma época y, tal vez lo más importante, no la está viendo la misma audiencia pues, así seamos los mismos individuos, somos diferentes cada vez que consumimos una obra. Al adaptar, se asumen nuevos cánones estéticos, ideológicos y expresivos que irremediablemente modificarán la producción; y si hablamos de la adaptación de una obra literaria al cine, con más razón hay que tener presente que se está llevando un libro a un medio totalmente diferente, podemos hablar incluso de una traducción a otro idioma, con distintas posibilidades, limitaciones y mecanismos.

Así, lo fundamental probablemente sea ir a ver las adaptaciones con la clara noción de que vamos a ver algo diferente a lo que conocemos, que nos puede gustar o no, pero que nunca estuvo llamado a replicar punto por punto la obra adaptada. Aunque, claro, teniendo también en cuenta que somos humanos, por lo que si no incluyen nuestra escena favorita o modifican gravemente algún aspecto, tendremos derecho a defraudarnos y lamentarlo. Todo será cuestión de aceptarlo y, así implique un esfuerzo, tratar de apreciar la versión que el director nos platea y determinar si lo que vimos nos gustó o no por sus propios méritos.

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