¿Qué es la vida?
Pues vivir, naturalmente. Estar vivo y respirar y sentir. Sentir. ¿Vivir implica sentir? Sentir conlleva vivir y conciencia. Conciencia del sentir. Conciencia del sentimiento. Del ser propio y del otro.
Una complicada retahíla para el simple review de una serie, pero es que Netflix lo ha vuelto a hacer. Igual que lo hizo con House of Cards, Orange is the new Black, Chef’s Table, Daredevil y tantos otros y exitosos proyectos. Bendigo la idea de poder vivir en la era donde algo como Netflix existe (y maldigo la ironía de que sea la misma época donde se le puede destruir).
Y es que el riesgo que toman estas producciones en términos de proyección y aventura es enorme. Aquí tenemos una serie de ciencia ficción, que en el fondo es una oda a la diversidad y la vida. El programa maneja el misterio y la acción sobre el nivel superficial de la trama, mientras que por debajo toca temas que implican la condición del ser humano, así como la conectividad del mundo moderno y sus ramificaciones, tan maravillosas como atroces.
Los 12 episodios repasan temas como el nacimiento, el amor, el sexo, la alegría, la vida y la muerte en un muestrario de todo tipo de sensaciones que va acorde con el título Sense (sentir). Sentirse a sí mismo y sentir a los demás, o en este caso a ocho individuos de procedencias tan distintas como los son sus habilidades. Es el metafórico encuentro de la unidad del invididuo encarada con la de la colectividad toma una forma literal en esta serie. a través del poder de conciencia del cual los personajes deben descifrar sus propias limitaciones y tolerancias.
El punto fuerte de la serie es su variedad. La serie utiliza el método coral para contar una historia que involucra a un policía de Chicago, una ciber activista pro derechos LGBT de San Francisco (la cual al parecer es la capital gay del planeta), una DJ islandesa drogadicta radicada en Londres, una alta empresaria coreana con conocimiento en artes marciales, un gangster alemán al mejor estilo de Guy Ritchie, un actor mexicano en el tope de su carrera, una estudiante de química hindú envuelta en un drama digno de Bollywood y un conductor de buses Keniano con una fuerte obsesión con Jan Claude Van Damme.
La diversidad se proyecta a través de las locaciones, que van desde los miserables barrios de Nairobi hasta las tomas más espectaculares de Islandia. Hay un inteligente uso de las transiciones entre cada personaje, quienes “comparten” conciencias y cuerpos. El programa no escatima en escenas de acción, hay una en particular que involucra machetes, patadas y la frase “Van-Fucking-Dame”, ya eso debería darles una idea.
Pero no solamente el músculo y los nudillos son lo que conforma el cuerpo, también están acompañados de la mente y la astucia. Aquí entran en juego los otros personajes, quienes manejan el hackeo, la descifración de cajas fuertes y la actuación, esto se conduce la trama a situaciones extrañas y asombrosas.
La serie tiene un claro mensaje social y político respecto la población LGBT, y a veces puede sentirse un poco forzado, por la forma en el que se presenta, si no tienen problema con esto la series es para ustedes, si no, ya han sido advertidos.
Sense 8 es una buena dosis de misterio conspirativo, sexo, persecuciones, desnudos, además sabe dosificar el humor (de hecho hay un episodio dedicado a la alegría). También tiene bastantes referencias de la cultura pop. ¿Ya dije qué hay desnudos? Pues si, los hay, por todas partes. De frente, de lado, de arriba, de abajo, de ángulo, voyeurista. Atrás quedaron los días donde un nip-slip se tomaba como algo serio, la serie normaliza tanto la figura femenina como masculina frente a la cámara. La verdad es refrescante considerando lo conservadoras que pueden ser a veces las limitaciones de la televisión.
La violencia, igual que el sexo, los desnudos y cualquier posible “atrevimiento” que se le podrá achacar a esta serie son explícitos y forman parte del mensaje. Sense 8 argumenta que la vida no es un dogma a seguir, sino que es heterogénea y maravillosa en su diversidad.