Tras catorce largos meses, finalmente Netflix publicó la segunda temporada de su adaptación de la famosa saga de Lemony Snicket y, de nuevo, nos entregaron una temporada sólida y coherente, siempre dentro de los parámetros en que es posible la coherencia en esta historia. A continuación compartiré mis impresiones sobre la segunda temporada completa, absteniéndome en lo posible de hacer spoilers. No obstante, aconsejaría ver primero la temporada, pues la experiencia se enriquece mucho si no tienen idea de qué esperar.

Como sabíamos, esta segunda temporada nos mostraría lo ocurrido en los libros del quinto al noveno, una buena porción de historia ofrecida en el mismo formato de dos episodios por libro. Estos libros son fundamentales en la saga, pues representan el momento en que la historia se expande y se convierte en mucho más que el recorrido picaresco que hacen los huérfanos de un tutor a otro. Y precisamente eso es lo que vemos en esta segunda entrega: conspiraciones, organizaciones secretas, apariencias engañosas y, sobre todo, maldad y peligros sin fin que acechan a los Baudelaire en cada esquina, a la vez que les revelan poco a poco que su familia estaba implicada en muchísimo más de lo que siempre imaginaron.

Carmelita Spatts entra a la vida de los Baudelaire…. como todo un evento desafortunado en sí misma…

Los arcos de dos episodios mantienen la tensión, aunque curiosamente hay momentos en que parece que incluyeron aspectos del material original solo para que el metraje justificara los dos episodios. En particular, The Austere Academy y The Vile Village sufren de este problema, pues queda la impresión de que lo contado cabía perfectamente en un episodio un poco extendido, de una hora, tal vez. Esto no quiere decir que esos arcos sean malos o aburridos necesariamente, pero sí se sienten más largos de lo necesario y dejan la sensación de que tal vez hubiera sido funcional modificar su estructura.

Ahora bien, en lo referido a The Erzats Elevator, The Hostile Hospital y The Carnivorous Carnival, estos seis episodios son definitivamente lo mejor de la serie hasta el momento. Los peligros que enfrentan los huérfanos, las artimañas de los villanos, los escenarios, incluso el tono (algunos momentos en el hospital rayan en el terror, referencia a The Shining incluída) no tienen precedentes en la historia y, considerando lo que hemos visto, eso es mucho decir.

Y claro, con las diversas situaciones vienen los personajes. En cuanto a los Baudelaire, creo que la situación no ha cambiado mucho: Malina Weissman y Louis Hynes, Violet y Klaus, cumplen con su propósito, aunque sin resultar particularmente destacables. Presley Smith es adorable como Sunny y en esta ocasión me agradó que, si bien aparece en varias situaciones tan absurdas como siempre, no abusaron tanto del CGI, de modo que estos momentos no distraen ni provocan levantar la ceja; y una vez más el trabajo para captar las expresiones de la pequeña es excepcional.

Jaques, un nuevo y misterioso aliado de los Baudelaire.

El señor Poe y su esposa son tan desesperantemente divertidos como siempre, mientras que Lemony Snicket cumple a cabalidad con su rol de narrador, a pesar de que el recurso de congelar la imagen en momentos álgidos de la narrativa para que realice sus reflexiones me pareció un poco sobreutilizado. En cuanto al conde Olaf… Solo voy a decir que Neil Patrick Harris se acerca mucho a la perfección aquí. Aunque exageraron un poco con los números musicales, justificados por su gran talento como cantante, pero no siempre por la trama, el conde no deja de divertir y aterrorizar por partes iguales; a estas alturas es muy fácil olvidar que Jim Carrey interpretó alguna vez al personaje.

Las nuevas caras sumaron mucho, tanto en términos de actuación como de historia. Los trillizos Quagmire, Isadora y Duncan (no, no son gemelos, son trillizos…) son de los aliados más reconfortantes de la historia, por lo que es muy tranquilizador que el trabajo de Avi Lake y Dylan Kingwell les haga justicia. Eso sí, al igual que con los Baudelaire, su trabajo tampoco es necesariamente destacable, aunque eso podría deberse a una situación que mencionaré más adelante.

Siguiendo con los «buenos», la aparición de Jaques (cuyo apellido me reservo por ser un spoiler) le da una dinámica muy interesante a la historia, dándonos la esperanza de que tal vez no todo está perdido en este mundo. La bibliotecaria Olivia también funciona de maravilla en este sentido, a lo que se unen los viejos conocidos, como Jaquelyn y Larry Your-waiter, siempre empeñados en auxiliar a los huérfanos desde las sombras.

Esmé Squalor y su amigo Gunther… un momento…. esos lentes…

Ahora bien, con respecto a los villanos, el trabajo de Lucy Punch como Esmé Squalor es BRUTAL. Tanto su apariencia como su interpretación son perfectas para el personaje, que logra esa mezcla de comicidad e imponencia propia del conde Olaf, pero intensificadas por su refinamiento y su estilo. El personaje luce siempre como una reina malvada dispuesta a todo por lograr sus objetivos. Kitana Turnbull también lo hace genial como Carmelita Spatts, aunque hubiera preferido una apariencia más repelente para el personaje; con todo, su actitud resulta tan frustrante como en su contraparte literaria.

La tropa de Olaf es de lo más divertido de la serie. El hombre calvo es tal vez el menos trascendente, pero todos los demás tienen sus momentos memorables: el hombre con garfios en las manos y su moral ambivalente, el secuaz de género indefinido y sus comentarios, tan ambiguos como su género, y las gemelas de cara blanca, mis favoritas, llenando cada aparición de comedia y excelente actuación.

Los escenarios mantienen la calidad de la primera temporada, tal vez hasta podríamos hablar de que la superan dada la complejidad de los nuevos ambientes. La escuela, el edificio de apartamentos, el pueblo, el hostpial y el carnaval lucen perfectos, como sacados de las páginas; incluso la ambientación artificiosa, lograda en foros y ambientes cerrados, le aporta ese aire absurdo que la historia agradece, precisamente por ser absurda en sí misma.

En cuanto al guión, los juegos de palabras y los diálogos farragosos siguen a la orden del día, mientras que los comentarios estúpidos y las reacciones impropias de los personajes provocan carcajadas a cada momento. La trama se va desenvolviendo con toda la intriga que se podría esperar, dosificando la información de maneras casi crueles, pero sin por eso volverse lenta o aburrida. Los Baudelaire habitan un mundo brutal e implacable, con consecuencias duras y definitivas para aquellos que quieren mantenerse fieles a ideales justos, lo cual la serie nunca duda en confirmar.

Olaf y sus secuaces disfrazados como empleados del Hospital Heimlich

Como aspectos negativos, podría apuntar la recurrencia a mostrar números musicales con Harris, la omnipresencia de Olaf, que elimina un poco el suspenso y la amenaza del personaje, y un problema que me parece inevitable a la hora de adaptar una historia de esta naturaleza: el hecho de que prácticamente todos los personajes que los rodean sean más divertidos e interesantes que los propios Baudelaire.

Como dije arriba, las actuaciones de los Quagmire me parecen como las de los Baudelaire, apropiadas pero no destacables, lo cual atribuyo, más que a sus interpretaciones propiamente, al hecho de que es sencillamente imposible que un personaje noble y correcto llame la atención en una historia marcada por la maldad, la negligencia, la codicia y la venganza. Los villanos y antagonistas son más llamativos y son los que, por lo general, nos sacan las carcajadas.

Esto pasa en los propios libros, razón por la que me parece inevitable que ocurra. Sunny se libra del acartonamiento dado que su personaje está cargado de humor. Violet y Klaus están llamados a ser los más dolientes, en tanto son los mayores, aunque en un par de momentos la serie consigue amenizarlos. En esos casos, el cambio ocurre en total concordancia con sus personajes. Si se lograran incluir más momentos así, los personajes resultarían más vistosos, aunque eso podría poner en riesgo el aspecto trágico de la historia. Es una paradoja complicada, aunque tampoco se puede decir que la serie sufra gravemente a este respecto.

Sin duda, esta segunda adaptación de las desventuras de los Baudelaire cada vez se confirma más como la versión audiovisual definitiva de la historia. El formato serial le ha sentado muy bien, mientras que un reparto que parece hecho a la medida convierte cada episodio en un deleite tanto para quienes leyeron los libros como para los que simplemente disfrutan de una historia disparatada, intrigante, absurda y emotiva, que cada vez crece más. Como fanático de la saga me declaro muy satisfecho y, por supuesto, insoportablemente ansioso por ver lo que nos espera la tercera y última temporada. A esperar, pues.

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