Ser lector en nuestros días es algo, cuando menos, particular. No es que leer lo haga a uno especial, pero creo que al preguntarle a una persona cualquiera si lee, lo más probable es que la respuesta sea negativa. Algunos argumentan que las decenas de miles que asisten anualmente a la feria del libro revelan que Costa Rica es un país lector; pero el sentido común da para comparar unas decenas de miles con casi cinco millones y concluir que el balance no apunta en esa dirección.

En fin, el caso es que esas personas que abarrotan la feria cada año, entre otros factores como la supervivencia de las librerías, atestiguan que algún sector de la población, uno importante, sigue leyendo. Dentro de ese sector, he notado que la mayoría aún prefiere los libros físicos y ofrece resistencia al advenimiento de la lectura digital. Evidentemente, la posibilidad de echarse a leer donde sea con un libro es mucho más atractiva y funcional que la obligación de sentarse frente al monitor de la computadora, pero aun con la aparición de las tabletas, los teléfonos inteligentes y los dispositivos diseñados específicamente para leer, los lectores se siguen resistiendo. La frase “es que yo necesito el libro”, usualmente acompañada por un el gesto de sostener un volumen en las manos, suele ser la excusa. Yo mismo solía usarla a menudo. Sin embargo, mi perspectiva ha ido cambiando.

Mi primera experiencia digital fue con un Nook Color, tableta de Barnes & Noble, con el que finalmente pude leer con comodidad los pdf que se “empolvaban” en mi disco duro. Al tiempo, me di cuenta de que existía el epub, otro formato compatible, muy vistoso y funcional en el que se pueden encontrar muchísimos libros pirateados. Con todo, el Nook seguía siendo mi último recurso. De hecho, cuando alguien me preguntaba por la tableta, contestaba algo como “la tengo para cuando no queda de otra”.libros_fisicos_digitales

Al tiempo apareció el Fire de Amazon, el cual venía a ser una especie de evolución del Kindle, pues era compatible con los textos destinados a este pero con las facilidades de una tableta, desde la posibilidad de navegar por Internet hasta la reproducción de música y vídeo. Pues bien, ese aparato me sedujo por una razón fundamental: los cómics. Aunque los cómics impresos no suelen ser demasiado caros, aquí no se venden a precio de portada (solo la antigua Boomshop tenía esa ventaja) e incluso mandándolos a traer es difícil escaparse de un buen cobro por la traída. Con el Fire me encontraba frente a la posibilidad de dar un clic y tener el texto a mi disposición inmediatamente. Además, los precios hasta parecían ridículos: Aliens: Omnibus, vol. 1, mi primera compra digital, me costó $3,99, mientras que la versión física costaba más de $20. Ese caso fue extremo, pero por lo general las versiones digitales cuestan prácticamente la mitad. Así, cada vez fui leyendo más cómics digitales, incluida toda The Walking Dead (que no tiene versión digital pero se consigue escaneada con facilidad) y algunos volúmenes de Crisis on Multiple Earths, Avengers y otros, que se consiguen a muy buen precio en Amazon.

Con todo, mis lecturas estrictamente “literarias” (no gráficas, por así decirlo) seguían enfocadas en volúmenes físicos. De hecho así continúan hasta la fecha, pero creo que no está ya tan lejano el día en cambie el asunto. Cuando menos, ya no parece imposible. Más allá de algunas razones prácticas, como que ya no me queda espacio para meter un libro más, la conveniencia de dar el paso es evidente. Por supuesto, la diferencia de los precios es fundamental. Por otro lado, cada vez es más amplia la variedad de textos disponibles. En algún momento creí que las tabletas se quedaban para leer en inglés principalmente, pero hace poco descubrí con agrado que editoriales españolas como Alfaguara, Tusquets, Anagrama y Seix Barral tienen gran parte de su catálogo a la venta en formato digital; libros cuyas versiones físicas se venden en el país a casi veinte mil colones cuestan cerca de $10 en Amazon. Mismo contenido, misma portada, todo igual.

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Lo interesante es que ciertas desventajas que yo le apuntaba a la lectura digital se han ido superando. Por ejemplo, suelo rayar los libros, tanto para hacer observaciones y comentarios como para señalar algún fragmento que me agradó, lo que creía imposible en un medio digital. Pues no: la mayoría de dispositivos de lectura permite subrayar y agregar notas, con la ventaja de que todas las marcas se pueden acceder desde cualquier punto del libro en el que uno se encuentre. Otro ejemplo: alguien me apuntó alguna vez que el problema era si la tableta se extraviaba o sufría algún daño: ¿qué pasaría entonces con el material almacenado?, ¿habría que volver a pagar lo que se hubiera comprado? Al menos en el caso de Amazon, ya tuve que reemplazar el Fire que compré (ellos me lo repusieron sin costo ante una falla del original) y no tuve que pagar un cinco para volver a bajar todo lo que ya había comprado. En el caso de documentos que tuviera almacenados, estos pueden respaldarse en la nube o en la compu, por si acaso.

Los videojuegos, la música y el cine están viviendo circunstancias parecidas. El éxito de Steam, Spotify y Netflix son pruebas respectivas de que el público en general ya no valora tanto la posesión física, tangible, de una obra interactiva, musical u audiovisual. Tal vez podríamos hablar del triunfo, al menos parcial, del contenido sobre su recipiente. Si me lo preguntan, creo que es natural en una época en que la posesión material de dinero, el bien por excelencia, es cada vez menos frecuente. Hace mucho dejamos de guardar el capital debajo del colchón o en chanchitos; ahora lo que valemos aparece en una pantalla, ya sea la de la compu, la del cajero, la del banco… no está en ninguna parte, pero está y lo podemos gastar o convertirlo en efectivo en cualquier momento.

Pero entonces, ¿por qué los lectores se resisten (nos resistimos) al libro digital? No es tan difícil suponer que se trata de que al leer, nuestro cuerpo entra en contacto directo con el recipiente, sostenemos el libro y lo leemos; al jugar, escuchar música o ver una película, el recipiente sale sobrando, se obvia, lo lee otro “lector”, literalmente. Claro que aún quedamos románticos que soltamos cosas del tipo “esa película me gustó tanto que la quiero comprar”, pero la especie va poco a poco mermando.

Autor: Nick Seluk. theawkwardyeti.com

En su Introducción a la literatura fantástica, Tzvetlan Todorov afirma que en Occidente tenemos una vinculación psíquica entre el libro y el cuerpo. Destruir o fragmentar un libro es equivalente a fragmentar el cuerpo, por lo que tendemos a valorarlo casi como a un organismo vivo, indivisible; por eso consideramos fallida o trunca una lectura que no llegue a la última página. Tal vez en esa asociación radique parte de la resistencia: renunciar a la apariencia, a la textura y al olor de un libro es de alguna manera renunciar a nuestra propia corporeidad, a nuestra capacidad de sentir con el cuerpo aquello que nuestra mente está consumiendo.

Con todo, no hay que perder la noción de que lo importante, al fin y al cabo, es seguir leyendo. Comprendo que los seres humanos tenemos la tendencia de tomar partidos y enfrentarnos por prácticamente todo, pero es francamente absurdo ver debates y hasta pleitos con respecto a si el libro impreso tiene futuro o si alguien es mejor o peor lector por leer en una tableta. Más que sumarse a uno u otro bando, lo mejor es sacar todo el provecho posible de ambos formatos.

Aun así, sea por las razones que sea (no hay que olvidar que hasta podrían ser ecológicas), es posible que el libro físico, aunque no llegue pronto, se dirija ya a su extinción. No parece, yo sé, pero a quien lo niegue con vehemencia, lo remito a la siguiente imagen: tal vez, para los lectores del siglo XXV, su escepticismo lucirá tan absurdo como para nosotros el de un hipotético monje que, en los inicios de la imprenta, asegurara que los impresos no tenían oportunidad contra los manuscritos.

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