Yo tengo un grupo de amigos con el que a veces nos reunimos en la casa de uno de ellos para jugar videojuegos y otras cosas. En una de tantas geek nights redescubrí Magic The Gathering e intenté jugar con un deck prestado para no perderme la diversión del momento. Esa noche, Magic pasó de ser ese misterioso conjunto de cartas con dibujos detalladísimos y reglas complicadas, a ser uno de mis nuevos pasatiempos favoritos. Luego de jugar con decks prestados como en dos o tres noches más, me compré mi primer starter verde-azul y me incursioné en el mundo de un coleccionista y manipulador de fantasías, y enfaticemos el «manipulador» porque adoro jugar azul.

Después de varias geek nights con mi deck nuevo (y de varios domingos post geek night de estarle contando a mi novio la crónica), se me ocurrió mostrarle a este muchacho el universo fantasioso de Wizards of the Coast. Sin esperanza alguna de que le gustara pero, con ganas de ilustrarle de mejor forma mi nuevo hobby, partí mi deck de 60 cartas en dos para explicarle el juego con una pequeña partida de demostración. Cuando me di cuenta llevábamos seis partidas con esos medios decks poco funcionales y tomamos la decisión de comprarle un deck a él para jugar como Kruphix manda. Todo es hermoso.

Fuera de mi universo de las geek nights y la colección conjunta de cartas con mi novio, historias como la mía son tan comunes como los unicornios en pañales. Excluyendo a mi círculo de amigos, todavía no he escuchado una reacción que no vaya por las líneas de la persona que escupe el refresco en asombro o el «QUEEEEEEEEE» colectivo. A veces me ignoran y felicitan a mi novio por haberme metido en el mundo de las cartas, a veces no tiran el refresco pero el asombro nunca se pierde.

chaococa
Un minuto de silencio por todos los refrescos derramados.

Siempre me ha parecido curioso como normalmente asumimos que la versión inversa de mi historia es la cierta. Normalmente, cuando vemos a una muchacha jugar Magic o cualquier otro juego con un estilo similar, sabemos que es la novia de X fulano que le insistió durante Y tiempo para que la acompañara y le terminó gustando. Clásico, tape dos de maná y hágale tres de daño directo. No puedo mentirles, por lo general mi ausencia de falo a la hora de jugar no viene acompañado de reacciones escandalosas como internet predicaría, pero tampoco existe la noción del ser igual. En la mente de la mayoría soy «la novia de X persona», obviamente no me fui a meter ahí sola. A veces la pregunta es «¿cuándo empezó a jugar?», a veces ni se camufla y es «¿cuánto tiempo le insistió su novio para que jugara?». Counter a menos que pague tres, les cuento la historia, botan el refresco. En un par de ocasiones la historia logra desarmar al ególatra extra condescendiente que intenta hacer cambios despiadados aprovechándose de mi asumida ingenuidad, en otras más bien parece que le da a entender al caballo condenado que tiene oportunidad de un ataque más fuerte y entonces el espécimen triplica el voseo y acerca más sus cartas a las mías. ¿Porqué? Honestamente, no sé. Mi agradecimiento eterno a quien sea capaz de explicarme el segundo caso con justificación científica porque de momento sólo manejo teorías.

En caso de que mi párrafo anterior los haya espantado un poco, quiero aclarar que no vengo a cortar cabezas con una variante miedo del feminismo que navega hasta la misandria. Simplemente, como jugadora que soy, no puedo evitar notar patrones. Bonus porque vivimos en la década del ofendido y del pobrecito y donde el 80% de lo que encontramos en internet son víctimas y vigilantes no solicitados. La verdad, como mujer que soy, estoy cansada de la clásica víctima que convierte cualquier saludo masculino en toda una tragedia griega. Pero la verdad, tampoco puedo caer en el engaño de que somos iguales a los ojos de la escena y que todo es normal. Todos los ataques con dos o más criaturas no son insinuaciones escondidas, pero tampoco es cierto que no existe el chiquito que sazona sus ataques con miradas espantosas.

Quizá mi universo no sea una completa tragedia porque yo aprovecho mi facultad de elegirlo. Para no amargar mi trago, yo evito los nidos de buitres ególatras extra condescendientes y hombres que aún creen en el poder del voseo excesivo y los guiños a la hora de girar tierras. Hay una enorme diferencia entre ignorar la discriminación de género y evitar amargarme la partida y, honestamente, me preocupa como actualmente esa enorme diferencia ni siquiera es vista como una fina línea. El hecho de que existan ambientes «seguros» implica que, por fortuna, el problema si está disminuyendo; pero disminución no es sinónimo de erradicación. A como todavía, en pleno siglo XXI, existen hombres que piensan que no tenemos derecho a la cerveza, siempre van a existir ambientes hostiles falocéntricos para jugar cartas. Quizá en un futuro mi historia no sea un peligro para los refrescos de las masas, quizá se convierta en bandera de esperanza, quizá se convierta en la norma. De momento sólo sé que existen lugares seguros y que cualquiera puede ayudar a crearlos. Además, yo soy feliz con que mi novio y yo tengamos una colección conjunta de cartas.

 

mtglands

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