¿Qué será lo que tienen las series de Netflix que las hace tan buenas?

Quizá no sea el punto más objetivo por el cual empezar, pero es algo que siempre me viene a la mente luego de terminar una de sus series originales (o la mayoría por lo menos). Es la manera de contar la historia sin tapujos y en toda su gloria, ya sea esta grotesca o hermosa. La honestidad en sus imágenes y sus diálogos las mantiene frescas y les permite apegarse más al género para el cual se imaginaron.

Tengo que admitir que a pesar de tener una evidente buena opinión de las producciones de Netflix, no iba con muchas esperanzas para ésta en particular. El género de terror y de lo sobrenatural sólo ha venido de bajada desde hace algunos años, olvidados entre efectos especiales y refritos el espíritu innovador de sus originales. Llega un punto donde Saw y Actividad Paranormal nada más empiezan a dar risa cuando uno comienza a ver más allá de los sustos y el gore ya no puede impactarnos como lo solía hacer con amputaciones y viseras de hule.

Dirigida por los hermanos Duffer, la serie retoma la temática sobrenatural de los 80's.

Algunos autores y directores contemporáneos como Stephen King o Ridley Scott han entendido que el mejor método para inducir al miedo es a través de la atmósfera, del misterio que rodea los peligros que acechan a los personajes, y la forma en la que la historia llegue a colocarnos ahí con ellos, para apreciar su terror al ponernos en sus zapatos. La sensación de aislamiento, el temor a lo desconocido, la mente y sus fantasías son el mejor estimulante para muchas cosas, entre ellas el terror.

Buscar esa inmersión fue la misión de los pioneros del cine de terror y de lo sobrenatural. Quizá las limitaciones presupuestarias de una producción obligan a los directores a ser creativos y novedosos con los elementos que tienen, de los cuales vemos suficiente referencias a lo largo de la serie a películas como The Thing, Poltergeist o Alien. De muchas maneras Stranger Things es un elogio de los hermanos Duffer a muchas de las grandes cintas de los 80’s las cuales marcaron hitos en la cultura pop.

De la misma manera, Stranger Things nos logra introducir en una realidad ochentera evidenciada por un buen manejo de los elementos. Cada detalle en las paredes, los posters de películas y de bandas, los muebles, el vestuario y peinados. Todo grita con esa malformada estilización que dejaron las secuelas de los 70’s. Pero aparte del espacio físico las referencias culturales también nos ubican dentro de la serie. Vietnam, el racismo, la homofobia y la creciente tensión de la Guerra Fría, todo se conjuga para hacer que la atmósfera del pequeño pueblo de Hawkings donde transcurre la historia se sienta como una comunidad en un mundo real, mientras que se encuentra lo suficientemente aislada y poco preparada para tratar con lo que está apunto de suceder.

Todo comienza en el sótano de uno de los personajes principales, donde conocemos por primera vez a nuestros protagonistas quienes están enfrascados en una campaña de Dungeons & Dragons: Mike, Lucas, Dustin y Will quienes van a la misma primaria de Hawkings. Luego de terminar de jugar regresan a sus casas, todos menos Will, y queda a sus amigos descubrir qué sucedió con él y resolver el misterio de La Desaparición de Will Byers.

Con ese título abre el primer episodio de la serie, la cual luego de esfumarse Will se lanza en una espiral de misterios y conspiraciones que surgen a raíz de su desaparición. Así vamos siendo introducidos al resto de personajes, las familias de los niños, sus padres, sus hermanos, y a las demás personas que se ven involucradas de una forma u otra en el misterio. Pues no solamente son los amigos de Will los que salen en su búsqueda, sino también su hermano Jonathan y su madre Joyce, protagonizada por la única Winona Ryder.

Puede que sea un tema de nostalgia, pero ver la cara de Winona Ryder en un tema de terror ochentero me terminó de convencer de lo que estaba viendo. No parece que importe mucho el papel que interprete, ella siempre lo logra acertar. Esta vez como la madre neurótica y afectada de Will. Joyce luchará contra todo y todos por demostrar que su pequeño no ha muerto, aunque la realidad le diga todo lo contrario. Así con una convicción ciega que solo una madre desesperada podría tener, el personaje de Winona se lanza a la búsqueda de la verdad, arriesgando los límites de su sanidad.

De igual forma el resto de personajes que aparecen en la serie juegan su rol de gran forma. David Harbour como el alguacil Hooper, quien luego de largos años de letargo en un aburrido pueblo se ve catapultado a resolver un misterio y a enfrentarse que con fuerzas que fácilmente podrían destruirlo, como un alguacil Brody (Jaws), solamente que con algunos kilos y adicciones de más. También tenemos al personaje de Jonathan, el retraído y socialmente ansioso hermano de Will y a Nancy, la hermana mayor de Mike quién bajo la imagen de estudiante modelo comienza a ansiar más que solamente calificaciones perfectas. Ambos se verán envueltos en todo por razones distintas, pero que al mismo se encontrarán para lograr sobrevivir.

Toda historia también ocupa su villano, y Mathieu Modin en el papel del Dr. Martin Brenner nos hace recordar a esos científicos locos de laboratorio, a ese ente confidencial del gobierno y toda la amalgama de misterios que evocan la figura alta y oscura del doctor. Calculador, pragmático y manipulador, Brenner entrega su papel con la misma frialdad que ve a sus agentes ser asesinados o le habla a una madre preocupada. De igual forma, su extraña relación con la desaparición de Will trae consigo a uno de los motores de la serie: Eleven (Once).

La joven y desconocida actriz Millie Brown nos muestra el rostro de una niña especial, quién se encuentra en fuga de las manos de la organización del Dr. Brenner, escapa a un mundo que nunca ha podido conocer más allá de las frías paredes de concreto del lugar donde creció, viendo al doctor como su única figura paterna, quien no duda en mover todos sus recursos para encontrarla, sin importar quién deba ser eliminado en el proceso. Así Eleven debe huir de él, arrastrando con ella un peligro que nadie en Hawkings podrá prever. Si Will es el eje sobre el cual se desarrollan los hechos, Eleven es el motor que mueve los hilos del aparato. Sin decir casi una sola palabra, la pequeña se nos muestra como un ser de gran poder, pero frágil y deshecha por una vida de abandono y maltrato. Puede ser, a la vez que adorable en su aislada inocencia, terrorífica en su brutal convicción por huir. Dependerá de Mike y sus amigos acercarse a ella, la cual los ayudará a buscar a Will de formas que ellos ni se imaginan.

Este quizá es uno de los mejores puntos de la serie, más allá de las actuaciones de los adultos, quienes deben enfrentar a su manera el peligro que lo acecha, el elenco infantil protagonizado por Caleb McLaughlin (Lucas), Gaten Matarazzo (Dustin), Finn Wolfhard (Mike), deben tomar la carga de encontrar a su amigo Will (Noah Schnapp). Cada uno aporta una característica de personalidad que los complementa, no son niños póster que ven directo a la cámara, toman la actuación en sus manos y dejan un buen sabor de boca al producto final, con personajes en los que muchos nos podríamos identificar de niños si así quisiéramos, y actuaciones francamente memorables.

La relación entre estos personajes tiene un tono completamente natural, donde es posible creer que existe una amistad real, esto solo refuerza el hecho de que se siente auténtico cuando estos niños salen en busca de Will a pesar del evidente peligro que esto representa. Más adelante se encontrarán con Eleven, su relación se desarrollará y evolucionará, pasando por grandes conflictos infantiles que desvían la vista del gran peligro que los rodea, y la serie lo logra no de una manera molesta, sino de forma convincente, pues pocas cosas permiten tanta libertad como la perspectiva e imaginación de un niño y una niña.

Cada personaje de la serie tiene su propia motivación, inclusive los que comienzan siendo menos relacionables, como Hooper, terminan por tomarnos con sus historias. La manera en la que la serie contrapone el pasado de ellos con su presente es brillante, y la forma en que utiliza este elemento de nostalgia a lo largo de toda la serie realmente hace que cada uno de los actores se sienta como una persona real, la cual ha tenido que pasar por situaciones por las que todos han pasado. Separaciones, perdidas, miedo…  todos huyen de algo o de alguien, no solamente de un “monstruo” y es precisamente este monstruo el que los fuerza a dejar de huir y a enfrentarse con su cobardía o su reclusión.

La multiplicidad de dimensiones en los personajes y la historia le da una gran profundidad y peso no solamente a la narrativa sino también a cada actuación. Denotando un aire de realidad que se espesa con humos de desesperación mientras las cosas se salen cada vez más de sus manos. Esta idea de cargar a los personajes con miedos reales, con situaciones relacionables que los llevan a un límite y la grotesca honestidad ya sea en los detalles más gráficos de la violencia o las sutiles señales que podemos notar en los personajes y su entorno es lo que hace que Stranger Things no se sienta como una serie exactamente, sino como una película.

Yo vi Stranger Things en dos noches y he sabido de personas que la han visto en menos que eso. Realmente me quedó claro al terminarla que el tema no era solamente la idea del terror de los 80’s, era la idea de que una historia se hace poderosa a través del esfuerzo que se haya puesto en ella, en el cuidado a sus detalles, en la fuerza de sus argumentos y la manera de contarla. Era una ovación no a la nostalgia de una época perdida del cine, sino a una mentalidad de superación en la forma de hacer las cosas.

Algunos le podrán llamar plagio a la manera que la serie copia escena de otras películas, pero realmente no es un robo, sino una imitación de un sistema para contar historias, para transmitir sentimientos y emociones. No es necesario crear algo nuevo para que sea bueno, pues también requiere de imaginación y profesionalismo el atar de manera coherente los elementos de una narración mientras se intenta contar una historia y las ideas que transporta. Se necesita honestidad al contar algo para que sea creíble, la veracidad con la que se logre transmitir, ya sea solo la ilusión de una comunidad y sociedades anacrónicas, o ese lento reptar que sentimos en el hombro y nos obliga a volver a ver a la oscuridad de la habitación es lo que marca la diferencia.

Esa fría tensión que nos hace un hueco en el estomago cuando estamos viendo algo y suena un ruido fuerte cerca y nos deja ir con una risa nerviosa mientras recordamos que estamos solos, pero siempre con esa incómoda sensación que nos eriza el pelo de la nuca e intentamos ignorar. El miedo, el terror, todo es un estado mental al cual nos dejamos arrastrar como espectadores, dependiendo de nuestra imaginación para adentrarnos en su red, y de la mano de directores que quieran lograr no solamente un brinco en el asiento, sino la verdadera sensación de incertidumbre y misterio que solamente las cosas más extrañas provocan en la mente humana.

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