No soy psicólogo, sociólogo ni nada por el estilo, pero comprendo que los videojuegos pueden desatar todo tipo de emociones y comportamientos. Basta con observar al amigo que nos deja de hablar por cinco minutos porque le tiraste una “tuga” azul a 100 metros de la meta o al incrementar la paternidad en FIFA/PES justo en el minuto 93.

En mi adolescencia perdí la cuenta de los controles que destrozó mi primo Luis porque Castolo (jugador ficticio de fútbol) no andaba fino, y hoy en día soy testigo de como mis sobrinos desobedecen a su mamá mientras le explican qué es un pavo y la importancia que tiene la partida 235427 de Fortnite.

Me imagino que ya saben por dónde va la procesión, pero no. Pasar de lo anterior a señalar que los videojuegos son culpables directos de los asesinatos y tiroteos masivos no solamente me parece irresponsable sino también equívoco, no obstante, esta nota no se trata de los datos para refutar dicha hipótesis, precisamente para eso están los expertos y estudios sobre la materia, se trata de lo que yo, como usuario que dio sus primeros pasos con el Atari y NES, he percibido, desarrollado o mejorado a través del tiempo mediante los videojuegos y sus distintas generaciones.

Ahora la mayoría de títulos, al menos los que se consideran AAA, son traducidos de manera simultánea o inmediata durante o después de su desarrollo, pero en aquellos tiempos, diría mi abuela, había que jugársela con un diccionario Océano a la par o el conocimiento de los papás/hermanos mayores. Ni siquiera teníamos Google para que lo tradujera mal pero que al menos nos diese una idea. Sin saberlo, estaba recibiendo mis primeras clases de inglés, y les aseguro que sirvieron de mucho, por eso insto a los niños y jóvenes para que ignoren la posibilidad de cambiar el idioma y lo utilicen como el medio ideal para practicar.

De la mano con lo anterior, las guías, tips o trucos solamente podían conseguirse mediante revistas o publicaciones físicas que no llegaban a cualquier país, o en todo caso no era prioridad gastar en ellas. Por eso había que intentarlo una y otra vez, auto-motivarse para creérsela e idear “distintas formas de hacer lo mismo”. Ahora aplico dicha práctica o filosofía, como prefieran llamarle, en cualquier campo, tanto a nivel personal como profesional, así que “sin querer queriendo” ya van dos lecciones.

Otra etiqueta negativa con la que siempre han tenido que lidiar los videojuegos es la de “Anti-social”, dicen las malas lenguas que nos convierte en un extra de “Walking Dead” y llegamos a despreciar al sol tanto o más que Drácula, pero nuevamente, considero es una generalidad irresponsable. Los videojuegos me han permitido estrechar lazos con mis hermanos, amigos y ahora sobrinos. Han sido incontables las ocasiones en que nos hemos reunido para un “torneíto”, que termina siendo una terapia anti-estrés, incluso el Wii puso a jugar a mis papás. Sí, ahora hay que tener cuidado con algunos usuarios en línea, pero eso no puede opacar la camaradería imperante en la comunidad.

La mayoría ─por no decir todas─ de las premisas en las que se basan los videojuegos son algo absurdas, por lo que activar y ejercitar la mente e imaginación es imprescindible, lo cual no solo nos permite visualizar y aceptar otras realidades, incluso en el mundo real, sino también nos inspira e invita a crear nuestros proyectos, independientemente de la industria en la que nos desenvolvamos.

Durante mucho tiempo, mi papá intentó por todos los medios inculcarnos el gusto por la música instrumental, pero la mayoría de sus intentos terminaron siendo un fracaso por culpa de “103 La Radio Joven”, hasta que llegaron los videojuegos. Hay soundtracks impecables que terminan llevándose el protagonismo, y ahora me acompañan de fondo mientras trabajo o leo, y si bien es una técnica e incluso podríamos decir género distinto, nos permite comprender que una letra no es necesaria para transmitir un sentimiento o imagen, justo lo que mi papá quería hacernos comprender.

En la época de la consolidación de los “chips” y las “copias”, era mucho más sencillo conseguir juegos, monetariamente hablando, pero como estudiante igual había que amarrarse los pantalones y ahorrar, porque 2500 colones podían hacer una gran diferencia. Sí, cualquier pasatiempo requiere inversión de nuestro tiempo y dinero, pero para muchas personas los videojuegos son una pérdida de ambos, e irónicamente pierden de vista que también se convierten en un proyecto o meta la cual nos enseña a luchar por lo que queremos, y posteriormente valorarlo y comprometernos con ello. No cualquiera pasa un juego de +30 horas.

Finalmente, a nivel aun más personal, los videojuegos se convirtieron en ese compañero que no juzga o limita cuando le conviene. El SNES o el PlayStation nunca me discriminaron por no poder correr o patear con fuerza, todo lo contrario, generalmente me escogían de primero tras asegurarme que ganar o perder era lo de menos.

Idiomas, perseverancia, motivación, imaginación, ejercitar la mente, apreciación, esfuerzo, valoración, entretenimiento, compañía, sueños, son algunos de los conceptos que vendrían a resumir lo que acabo de exponer.

Como se habrán dado cuenta, me expresé mucho en pasado, y no es porque a mis 32 años ya no juegue, todo lo contrario, pero quería enfatizar que crecí de la mano con los videojuegos y ni siquiera me atrevo a involucrarme en una pelea de almohadas. Cada realidad y sociedad son distintas, pensémoslo dos veces antes de señalar, pero los videojuegos se han convertido en una plataforma universal para tratar todo tipo de temas, prueba de ello son títulos como «Celeste» o «What Remains of Edith Finch», por nombrar algunos, pero es comprensible que a los medios tradicionales hablar de esto no les genere rating.

Entre tanta polémica y sin olvidar que, efectivamente todo exceso es dañino, quería recordarles que los videojuegos también tienen muchas cosas buenas para ofrecer, más allá de entretenimiento, y tal vez, como todos nosotros y quienes nos rodean, solamente quieren una oportunidad para demostrarlo.

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