Debo confesar que cuando vi el trailer del Cuento de la Princesa Kaguya no me emocioné mucho. Este largometraje fue parte de la despedida de Studio Ghibli, yo esperaba una animación similar a lo “tradicional” de este estudio, ya saben, algo más… El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro, no ese dibujo tan artesanal, tan casero.

Pero me dije a mí misma que debía darle una oportunidad por ser una de las últimas películas producidas por Studio Ghibli. El tiempo pasó y yo me olvidé que Kaguya-hime no Monogatari. Un día estaba sin mucho que hacer, me puse a vagar por la web, no sé cómo ni por qué me encontré un link para ver la película, entonces me emocioné bastante y decidí verla en ese mismo momento (eran como las dos de la madrugada).

Me hice un té, busqué mi cobija favorita y procedí a darle “play”. No pasaron ni  tres minutos y yo ya estaba llorando, no porque me pareciera triste (solo habían pasado un par de minutos), sino por la belleza de la animación. Me sentí sobrecogida, no podía creer lo que estaba viendo, cada trazo, cada color, cada plano era exquisito, la textura impecable, todo se movía con la música para crear una atmosfera mágica y tibia. Me remitió a la casa de mis papás, el río que estaba detrás, las mariposas, las tardes de té y las flores.

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La película dirigida por Isao Takahata hila su premisa a partir de una leyenda tradicional japonesa, la cual relata la historia de  una princesa proveniente de la Luna, quien es encontrada por un cortador de bambú quien decide criarla como a su propia hija. A cambio, el cortador de bambú recibe varias riquezas para asegurarle el mejor futuro posible a la princesa, sin saber que ella es feliz en el campo, corriendo por las praderas, jugando con las ranas, creciendo fuerte y elegante como los tallos de bambú.

Cada secuencia me hacía sentir diminuta. La sonorización es impecable. Posee un muy buen tratamiento de personajes. Cada uno está lleno de múltiples dimensiones, amor, ira, codicia, nostalgia, desesperación, es tan humano que duele. No son sabios, se dejan llevar por sus sentimientos y convicciones. La animación ayuda a construir el aspecto psicológico de los personajes, el dibujo se adapta a los pensamientos y sensaciones de los protagonistas.

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En algunas críticas leerán que es una película lenta y quizá demasiado profunda. Yo no la consideraría lenta, es más un asunto de percepción, estamos acostumbrados a las películas rápidas que no dan tiempo de adentrarnos en la esfera psicológica de los personajes.

Kagura-Hime no Monogatari es como la vida misma, cargada de momentos felices y tristes, es como un breve suspiro donde cada quien trata de ser feliz, de aprovecharla, de vivirla. Tras de una animación poética se puede observar una de las metáforas más profundas sobre la vida, el amor y la familia. Sin duda una las mejores obras de Studio Ghibli que todo amante de las películas animadas debería de ver.

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