Pocas experiencias hay en el mundo del entretenimiento tan inmersivas, emocionantes y completas como un buen videojuego. La experiencia puede llegar a ser tal, que los jugadores se sientan alejarse temporalmente del mundo real y sus problemas, y se transporten a una tierra donde lo peor que puede pasar es tener que reiniciar un nivel o volver un poco más atrás en la aventura. Por eso, no son pocas las personas que utilizan los juegos de video como una manera de distraerse, liberar estrés y hasta crear vínculos con desconocidos a través del juego en línea cuando les es difícil interactuar en vida real.

Este tipo de narrativas interactivas permiten olvidarse momentáneamente de los conflictos de la vida, han ayudado a más de uno a lidiar con su depresión, ansiedad social o problemas de salud mental y le permiten a grupos de amigos, o incluso familias enteras, estrechar vínculos y crear experiencias compartidas que trasciendan las edades y las ubicaciones geográficas. Sin embargo, como todo en la vida, la clave está en el balance y aunque casi cualquier mamá va a decir que su hijo gamer es adicto a los videojuegos, lo cierto es que no todos lo somos, pero sí existen los casos de terror.

Todos hemos leído alguna vez  titulares o escuchado comentaristas en las noticias hablar de esposos que llegaron al divorcio por gastarse millones en un juego, o jóvenes que prefirieron perder sus trabajos o incluso llegar a tener problemas de salud física por no querer apagar la consola. Tal vez incluso conozcamos algún caso similar cercano a nuestras vidas; personas que no duermen, no comen, no trabajan, no pueden establecer relaciones interpersonales estables ni tener vidas fuera de una pantalla de videojuego.

Por eso, finalmente en el 11avo manual de la Clasificación Internacional de Enfermedades a ser publicado en el 2018 por la Organización Mundial de la Salud, se reconoce la adicción a los videojuegos como un problema de salud real, que debe ser monitoreado y tratado en casos extremos. Por supuesto esto no incluye a los jugadores casuales, los que se obsesionan con un videojuego de vez en cuando y cancelan uno que otro plan por quedarse jugando, ni los que pasan un fin de semana pegados a la consola porque el último título que encontraron les apasiona.

Hablamos de casos con síntomas reales, donde la adicción es tan grave que lleva a comportamientos asociales, retraimiento, ansiedad, pérdida del control y otras actitudes que afectan real y duraderamente la vida de una persona. Según un reciente estudio publicado en el sitio web de Universidad de Oxford, de entre 19 mil hombres y mujeres analizados, únicamente un 2% a 3% de ellos padecían de síntomas de adicción. Sin embargo, alrededor de 570 casos en una muestra de 19 mil es una cifra bastante alta.

Aún hace falta más investigación que respalde las consecuencias físicas y psicológicas de ser adicto a los videojuegos. No obstante, de seguro es importante mantener autocontrol y pedir ayuda si se llega a dudar de la capacidad de dejar este o cualquier otro comportamiento que nos haga daño. Los juegos, como muchas otras actividades humanas, pueden enriquecer nuestras vidas y hacer volar nuestra imaginación, pero siempre lo más importante es cuidarnos a nosotros mismos. Disfruten el verano, las vacaciones y las nuevas consolas, colegas geeks, pero todo con comedimiento.

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