El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.» Pablo Neruda.

Tal vez jugar, en lugar de ser una forma simple de interacción, sea un reflejo de nuestro diario vivir, de esas pequeñas victorias que da la vida cuando soñamos despiertos; tal vez por eso, cada vez más los desarrolladores se empeñan en hacer juegos que reflejen la vida, con toda su complejidad, para seguir oníricos, nuestro viaje a la plenitud de los sueños, para ser algo que nunca podremos, para no morir en el intento de vivir.

Tal vez, con eso en mente, un joven Miyamoto soñaba con salir de aventura, recolectar insectos, era sorprendido por majestuosos castillos, imponentes enemigos  y trataba sin suerte, de hechar mano a cualquier herramienta que tuviera para librarse de todo mal (toma esto Shigeru, es peligroso ir solo); seguramente por eso, no podríamos, aunque quisieramos, encontrar un mejor nombre para nuestro protagonista que Link, porque en el fondo, esa conexión que tenemos con él es más fuerte que ponerle nuestro nombre, porque Link es Link aunque se llame de muchas formas, porque Link somos todos y nadie, es ese sueño hecho pixeles que no dejamos morir nunca.

Tal vez, fue el anuncio salvaje de Nintendo en un lejano 2012, con un tech demo que nos hizo ponernos la piel de gallina, o tal vez, fue la revelación más tarde de que tendríamos unos gráficos entre Twilight Princess  Wind Waker  lo que nos hizo enloquecer; y ¿Cómo olvidar a ese Link encapuchado montando a su caballo y disparando una flecha con un brillo celeste, cual si fuera un ángel caído del cielo? Tal vez lector, recordará cuando vimos por primera vez a personas jugando el nuevo Zelda. Tal vez haya sido el último trailer para Switch lo que te hizo estremecer.

Tal vez, sólo estamos contando a la base de ocho millones de usuarios que dice Nintendo  que tiene, tal vez, estamos hypeados a niveles insospechados por lo que hemos escuchado de la prensa que ya probó el juego, tal vez es que al final los fans de la saga tendrán su juego definitivo, o tal vez sea ese 10 de Edge el que no nos deja dormir. Tal vez la nueva plataforma, o tal vez el sentirnos como niños otra vez por un juego lo que nos hace esperar con tanta ansia la nueva entrega de Zelda, pero al final, todo lo que queda es ser niños otra vez, sentarnos, abrir el juego con ese olor que sólo dejan las cosas que evocan la infancia lo que nos hace esperar a Breath of the Wild.

Al fin y al cabo, ser niños otra vez no tiene nada de malo, porque quien pierde a su niño interno lo pierde todo, porque quien pierde la esperanza pierde su alma y porque quien no espera nada con anhelo muere un poco todos los días; tal vez por eso esperamos a Zelda porque seremos nosotros y Hyrule otra vez, porque seremos los héroes legendarios de estas indómitas tierras, porque escucharemos melodías una y otra y otra vez, porque iremos de aventura aunque no estemos preparados, porque este juego es todo o nada y porque así como Link nosotros también queremos ser inmortales.

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