Pocas cosas tienen tanta potencia, tanta pirotecnia visual y emocional en nuestra época como la nostalgia. No es una fórmula nueva, pero pocos shows han sabido sacarle tan buena punta, tan buen partido como Stranger Things, una serie que, desde su primera temporada, desde sus primeras imágenes de la noche estrellada y la partida de Dungeons & Dragons de un grupo de niños de Hawkins, nos abría las puertas de un mundo perdido.
No es casualidad que Running up that Hill de Kate Bush y Master of Puppets de Metallica sean el nuevo “trend” mundial de música, escalando ambos temas al top de listas globales de Spotify. Este gesto es la última muestra, la corolación plus ultra de la parafernalia ochentera y nostálgica de Stranger Things, un universo que poco a poco ha ido creciendo y diversificándose en otros formatos y productos (podcasts, anuncios de spin offs, documentales).
Pero quizá lo más llamativo de este fenómeno, más allá del éxito de la serie y su flameante marketing, sea el interés renovado en esa arcadia que llamamos pasado. En su libro La Condición Humana, Hannah Arendt señala que “los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia. El mundo en el que la vita activa se consume, está formado de cosas producidas por las actividades humanas; pero las cosas que deben su existencia exclusivamente a los hombres, condicionan de manera constante a sus productores humanos”.
Quizá sea este uno de los mayores encantos de la serie de los hermanos Duffer. Su capacidad para hacernos recordar, para ponernos en contacto con cosas o lugares que sentimos, en algún momento nos pertenecieron. Ya señalaba el crítico cultural, Mark Fisher, que llega un punto en donde “toda generación extraña los objetos y artefectos de su infancia”. Estos objetos, estas cosas con las que crecemos, jugamos y fantaseamos, al entrar en contacto con el ser humano y asignarles éste un contenido emocional o simbólico se transforman, adquieren vida y se erigen, siguiendo la lógica de Arendt, en la propia condición de la existencia. Nuestra existencia está mediada por los objetos a los que dotamos de contenido o mas bien, como considera el filósofo Walter Benjamin, de lenguaje.
Esta vuelta a la nostalgia también habla mucho del carácter amorfo de nuestra época. En el fondo, puede que simbolice muchos de nuestros más atávicos y tristes miedos. Sobre todo el miedo a la soledad y a la caída de los grandes valores (certezas). Ya decía el sociólogo poláco, Zygmunt Bauman, que nuestra época moderna se caracteriza por la falta de rumbo y por la crisis de instituciones que antaño se consideraban casi sagradas y ahora no cumplen ninguna función (la educación, la familia, la iglesia). En este mundo líquido y cambiante (como también lo llamó Bauman), la incertidumbre y precariedad espiritual acechan constantemente a la vuelta de la esquina.
¿Qué podemos decir entonces del arte y su exploración de la nostalgia? No comparto del todo la visión pesimista de Bauman sobre la precariedad espiritual de nuestra sociedad, sin embargo no deja de ser llamativo su señalamiento sobre la incertidumbre sostenida que existe en nuestra época. En una sociedad hipercapitalista donde se crean y destruyen imperios, donde nacen y evejecen todos los días nuevas ideas, donde constantemente estamos expuestos al cambio, a la inmediatez, a la verborrea y bombardeo extremo de información, imágenes y placer ¿no es la vuelta a la nostalgia una forma de lugar seguro? ¿Un tipo de calma? Tal vez por eso cada día se anuncian nuevos homenajes a artistas consagrados, nuevos remakes de series y películas que nos encantaron, nuevas formas de arte que buscan en lo “viejo” una singularidad, una voz. Es como si necesitarámos una pausa en medio de tanto ajetreo. En medio de la novedad de lo nuevo.
Sí, puede que muchas de estas exploraciones sólo oculten (sobre todo en el caso del cine, aunque no exclusivamente) nuevas formas de hacer dinero para los productores y estudios. Pero no podemos negar que muchos otros esfuerzos en esta línea, sobre todo los que se fraguan desde el sector más independiente de la cultura, se apropian de formas pop del arte para desarrollar nuevas ideas y nuevas formas de explorar la nostalgia como añoranza de lo re-conocido. Porque al final de cuentas eso es la nostalgia: volver a conocer (se). Sentirnos de alguna manera que estamos en casa.
Tal vez el éxito de Stranger Things se deba a esto. A que ha sabido adivinar, como ninguna otra serie, el carácter espiritual de nuestra época. En que evoca vivencias y etapas de vida que no queremos que desaparezcan y que queremos visitar constantemente.